Injerencias extranjeras vs Injerencias internas, injerencias al fin.
Los Estados Unidos de América (EUA), la Unión Europea (UE), la República Popular China (RPCH) y la
República de Rusia (RR), siempre han estado de acuerdo en algo con relación a Venezuela: es un buen
gran botín que se puede compartir.
La era bipolar previa a Chávez permitió una injerencia “miti-miti”: “miti” empresas estadounidenses y “miti”
ciertas empresas venezolanas. Así, el país que siempre tuvo la segunda reserva de petróleo más grande en
el mundo y que siempre miro al Norte (inmutada ante Sudamérica), generaba un caldo de cultivo para que un
día un rebelde militar se vistiera de rojo y se convirtiera por casi 15 años en el paladín de esas clases
humildes generadas y expoliadas por la fórmula miti- miti. El Comandante Chávez lograba que el Producto
Bruto Interno de su país creciera cinco veces, y así multiplicaba los triunfos electorales. Sin embargo, como
diría Renaud Lambert (Le Monde Diplomatique) “en la Venezuela de 2017 existen dos tipos de oposición: la
de la elite y la de una base popular abrumada por las penurias crecientes”.
Al principio fue una primavera caribeña, todos ganaron: las clases populares hicieron efectivos parte de sus
derechos de siempre pero nunca antes reconocidos, hasta tuvieron acceso a una educación superior y sus
ingresos fueron mejores. Las clase media burguesa desarrollaba nuevos y más negocios, sus hijos
estudiaban en el extranjero y nuevas inversiones llegaban a Venezuela. Y las clases acomodadas, si bien
algunas no la pasaban muy bien, se acomodaban a los nuevas alternativas mientras pudieron. Sus negocios
no se congelaron a cambio de sumar nuevos “socios bolivarianos”. Las empresas de capital extranjero sí
fueron castigadas. Es cierto que giraban remesas a sus casas centrales, como es habitual, pero no es menos
cierto que, radicadas en Venezuela, generaban inversiones y empleo para los venezolanos.
Así las cosas, con un commodities a un buen precio internacional, Chávez se convirtió incluso en el “buen
amigo” no sólo de Brasil, Argentina, y Bolivia sino también de España (en nombre de la UE) e incluso del
mismo EUA. Pero el cáncer no sólo comenzó a derrumbar al principal chavista sino también la caída del
precio del barril de petróleo comenzó a matar a Venezuela… otra vez. Un síndrome fatal ese, el de la
monoproducción, para cualquier país (aunque Venezuela tiene una de las mayores reservas de oro,
diamante y otros que, cuando quisieron explotarlos, la corrupción pudo más).
Pero algo distinto había sucedido (entre otras tantas cosas): no sólo las cuentas en los bancos
estadounidenses siempre se mantuvieron activas. También estuvieron continuamente engrosadas aquellas
cuentas en los bancos rusos, luxemburgueses, suizos y otros. A esto, se sumó una fuerte participación en el
mercado financiero especulador de bonos (bonos “patrióticos”) y tasas. Así, entre 2005 y 2006 Venezuela
compra a Argentina bonos Boden 2012 a modo de ayuda (la ayuda también se hacía con compras de ciertas
embarcaciones para PDVSA o para la Marina venezolana en España, Brasil o Argentina). A principios del
2006, Venezuela suscribió un valor nominal algo superior a los u$s312millones y sumando de ese bono poco
más de u$s1800millones. El chavismo liquidaba los bonos argentinos en el mercado internacional y luego los
cobraba en dólares estadounidenses en efectivo que, a continuación eran vendidos en el mercado paralelo,
donde estaba muy por arriba del precio del dólar estadounidense oficial. Pero además, las operaciones
continuaban con el cobro de la brecha entre ambos valores en bolívares, y así se volvían a comprar dólares
estadounidenses a precio menor en el mercado oficial. Una suscripción de u$s500 millones dejaba una
rentabilidad por u$s100 millones.
Otra alternativa era comprar los bonos argentinos y colocarlos en los bancos venezolanos obteniéndose una
ganancia financiera. Estos bancos revendían los bonos a inversores venezolanos y aplicaban una recarga de
entre 20% y 25% al valor de compra. Los financistas, a su vez, les vendían los Boden 2012 a inversores del
extranjero. El circuito finalizaba cuando los extranjeros les acreditaban los dólares estadounidenses por la
compra de los bonos a los venezolanos en cuentas de bancos internacionales. Así, se sacaban divisas del
país, quedando prácticamente la mitad del dinero de la operatoria a favor de los intermediaros y los
bancos. Mientras tanto, PDVSA proponía a sus acreedores (2016) un canje de obligaciones con el único fin
de extender por apenas tres años más el vencimiento de una serie de títulos (de 2017 a 2020). La producción
petrolera se había desplomado, pasando de casi 3.000.000 de barriles/día en el 2014 a menos de 1.500.000
en el 2018. Esta, que fue la única operación de refinanciación parcial bajo la presidencia de Maduro, sólo
atrajo a los fondos especulativos.
Los negocios, que ya no solo eran petroleros, ayudaban a una mayor “injerencia” pero no de la sociedad
venezolana sino de los intereses estadounidenses (ya un clásico), rusos (con intereses geopolíticos y gran
aliado en el sector financiero, petrolero y militar), chinos (con intereses financieros y armamentistas) y otros
(dedicados a la especulación financiera).
Pero también existía otro negocio: el de las armas. Venezuela se convirtió en el país que más armas importa
en Latinoamérica, cosa que cayó en un 90% desde 2015-20916 en comparación al período 2013-2014. El
65% de las armas compradas al exterior durante la última década provienen de Rusia y, durante el 2016,
China fue el principal y casi único país que suministró armamento a Venezuela, aunque España, Holanda,
Austria, Ucrania y los EUA también figuran entre sus proveedores de material bélico.
Así, se fueron generando deudas, por ejemplo, por u$s17.000 millones con Rusia (que Venezuela pagaba en
dos cuotas de u$s100millones cada una por cada una) y de u$s60.000 millones con China. Todo esto, se
pagaba con dólares estadounidenses y/o con barriles de crudo (unos 400.000 barriles de crudo por día en el
caso chino). Una Venezuela “sobre armada” frente a un pueblo sub alimentado y sin medicamentos es, por lo
menos, una gran canallada. Mucho más cuando el mismo Maduro expresara que entre 2014 y 2017 su país
había desembolsado u$s71.700 millones por pago de deudas. El gobierno venezolano hacía honor a sus
compromisos de pago externos antes que a su deber interno con su pueblo.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI, 2017), la pobreza en Venezuela
pasó de un 48,4% en 2014 a un 87% en 2017, con un 61,2% de pobreza extrema. Sostiene la encuesta que
en un contexto hiperinflacionario como el actual, todos los hogares venezolanos están por debajo de una
línea de pobreza inalcanzable. El aumento en el desempleo se vincula con el cierre de al menos 500.000
empresas en los últimos diez años según lo señala Portafolio (2018), publicación del Consejo Nacional del
Comercio y los Servicios de Venezuela el cual destaca que en la actualidad solo operan unas 250.000
compañías en contraste con las 830.000 que funcionaban en 2002. Además, y en éste contexto no debe
olvidarse que en el país caribeño los medios de comunicación también están limitados, censurados u
oficializados. No hay más que estas tres opciones.
Mientras tanto la Venezuela de Maduro alcanza en el 2018 su quinto año consecutivo de recesión, lo que
lleva a recordar aquí el postulado de que “la inflación no es una realidad” expresado tres años atrás por el
actual jefe del equipo económico del gobierno de Maduro, el joven profesor de sociología, Luis Salas.
Así las cosas, en esta historia, una vez más pierde el de siempre: el Pueblo, la gente. Todos se arrogan la
Libertad, la Democracia y la Paz pero nadie se hace cargo de HACER por y para los que más necesitan. Una
Venezuela superviviendo en una Latinoamérica sufriente dentro de un Mundo languideciendo mientras una
avanzada fascista se esparce tras períodos “progresistas”. Los de la derecha (venezolana o cualquier otra)
se siguen llamando derecha. Los conservadores, conservadores. Los de centro, centristas. Los liberales,
liberales. Pero los socialistas o socialdemócratas ahora sólo se llaman “progresistas”.¡¿Qué es el
“progresismo?! ¿Porqué no haberse llamado “Solucionismo”, porque la injusticia social, la depredación
ambiental, la expulsión y el desarraigo de pueblos enteros, el sometimiento económico y comercial, la
ausencia de acceso a la salud y a la educación, no exigen “progresismo” sino so-lu-cio-nes. Evidentemente
la derrota ha sido más contundente que lo imaginado. Ha sido lapidaria. Sí, de lápida. Una pena.
En un contexto de guerra civil, los intervencionismos, vengan de donde vengan y sean de quien sean, son
inevitables. Tras la tensión generada luego de que Juan Guaidó, líder del Parlamento, se autoproclamara
presidente interino, se adoptaron tres posiciones: una, adoptada por al menos una treintena de países
(Argentina, Brasil, Paraguay, Estados Unidos, Australia, etc.) han reconocido a Guaidó como
presidente interino de Venezuela; otra, Bolivia y Cuba que han mostrado su apoyo a Maduro; y la tercera,
asumida inicialmente por Uruguay y México, que decidieron adoptar una posición neutral frente a la crisis en
Venezuela, convocando para el 7 de febrero a una conferencia internacional donde participarán
representantes de más de 10 países y organismos internacionales. Sin embargo, México, que promocionó la
propuesta junto a Uruguay, anunció ahora que no participará; la UE (España y otras grandes naciones)
asistirán pero ya dieron por terminado el plazo concedido a Maduro, reconociendo a Guaidó (en la UE, sólo
Italia y Suecia siguen reconociendo a Maduro); el Grupo de Lima, que reconoce al presidente interino, no fue
invitado (conformado por Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Canadá y otros); y sólo participarán cuatro
países latinoamericanos: el anfitrión, Bolivia, Ecuador y Costa Rica (estos dos últimos reconocen a Guaidó),
todos ellos con un peso político internacional y regional relativo.
La “neutralidad” que proclaman los uruguayos (país que “reconoce Estados, no gobiernos”) es, al menos,
algo extraña en ésta ocasión. Por un lado porque el Gobierno de Uruguay ha evitado pronunciarse respecto a
la legitimidad de Guaidó como mandatario interino venezolano como tampoco ha manifestado su apoyo
directo a Maduro y en un comunicado conjunto con México urgió “a la sociedad venezolana a encontrar una
solución pacífica y democrática frente al complejo panorama” del país. Por otro lado, porque alarma una
neutralidad ante una Venezuela a la que ya se la han ido más de 2.000.000 de sus habitantes (7% de la
población) en los últimos años como consecuencia de la peor crisis histórica del país, con inestabilidad
política, con la mayor inflación del mundo y con problemas de desabastecimiento de ciertos alimentos,
medicinas y productos básicos. Ya en septiembre del 2018, el secretario general de la OEA, el uruguayo Luis
Almagro, pedía al gobernante Frente Amplio de su país que “no defiendan dictaduras”, por lo cual fue
duramente criticado por Maduro inclusive (que públicamente lo trató de traidor). Sin embargo, José Mujica, el
ex presidente uruguayo, se diferenció de la posición oficial de su partido, apoyando a Almagro; expresando
que “le tengo gran respeto a Maduro pero eso no quita que le diga que está loco, loco como una cabra”;
considerando como “infantil” la posición de los países que reconocen a Guaidó; y sentenciando que el único
camino a ésta crisis es el llamado a “elecciones totales”, con la formación de una “junta ejecutiva” bajo una
fuerte supervisión de la ONU para convocar elecciones, avalando así la propuesta de seis naciones europeas
(que, además, no reconocen a Maduro), la cual es rechazada precisamente de plano y con furia por el
venezolano.
“¡Fuera yanquis!”, porque su maldita injerencia le brinda el 75% de los ingresos de PDVSA. “¡Fuera China y
Rusia!”, que, con intereses geopolíticos de distinta intensidad, tienen en Venezuela un “valio$o” deudor antes
que un aliado estratégico. Parafraseando aquella expresión nacida en medio de la campaña de Clinton contra
Bush, hoy bien podemos decir: ¡es el capital, estúpido!
Si en un mundo de tecnologías e innovación reverdecen los viejos movimientos fascistas y nacionalistas; si el
multilateralismo va cediendo ante el unilateralismo; si crujen los lazos, que para algunos son cadenas, en la
Unión Europea; si se va corriendo el eje talibán y del terrorismo musulmán; si vuelven los actos de violencia
del ELN en Colombia; si el ex comandante sandinista Daniel Ortega se va poniendo cada vez más parecido
su derrotado dictador Somoza hace cuarenta años atrás; y si Trump agita la bandera estadounidense de
“América para los americanos” (Doctrina Monroe, 1823) afirmando que “rechazamos la ideología del
globalismo y postulamos la doctrina del patriotismo… Nunca entregaremos la soberanía de Estados Unidos a
una burocracia global que no fue elegida ni le rinde cuentas a nadie”, entonces una Venezuela para los
venezolanos es tan urgente como la asistencia humanitaria a su población y, a la vez, consolidar su propia
integración institucional y territorial.
La suspensión inmediata de cualquier acto de violencia e intimidación; la no injerencia militar de ninguna
fuerza externa; la puesta en marcha de un plan de ayuda a la población venezolana, principalmente en
materia de alimentos y de salud; el establecimiento de un diálogo en base a puntos concretos y pragmáticos
consensuados, con plazos específicos y con la participación de mediadores, observadores y/o negociadores
que determinen los propios venezolanos si así lo consideraran conveniente; un ejercicio efectiva de libertad
de prensa y de opinión; y una convocatoria a elecciones sin presos políticos y sin más condiciones que
preservar el orden constitucional, garantizando los derechos y libertades individuales y colectivos, deberían
ser algunos de los puntos de una agenda de soluciones de corto plazo para esa rica Nación latinoamericana
llamada Venezuela.
Por Miguel Ángel Sánchez, Licenciado en Relaciones Internacionales, egresado de la jesuita Universidad Católica de Córdoba (Argentina).