Hace pocos días llegó al país el primer patrullero oceánico de una flota construida en Francia para la Armada. Es la mayor compra naval de nuestra historia (400 millones de dólares). Se llevó a cabo a fines del 2018, de forma directa e ilegal y se pagó un gran sobreprecio al astillero líder en la corrupción naval mundial, eludiendo además a los miles de argentinos capaces y necesitados de trabajo.
El nuevo ministro de Defensa acaba de dar la bienvenida al ARA Bouchard expresando que su arribo es “una muy buena noticia para todos los argentinos”. Con respeto y firmeza debo discrepar con este concepto pues creo que ésta es sólo una buena noticia para el puñado de funcionarios civiles y militares que, incumpliendo sus obligaciones, han forzado esta compra tan inconveniente. Una real buena noticia hubiese sido recibir estos barcos como fruto del trabajo e ingenio nacional, como indican la razón, la ley y las propuestas de construcción nacional competitiva presentadas al gobierno.
El ministro también menciona que con estos barcos la Armada podrá “fortalecer su autoestima”. Nuevamente debo disentir: Actos impropios en nada ayudan a la verdadera autoestima de un noble oficial naval. Acciones corruptas sólo ayudan a manchar los altos valores de la Armada.
La participación industrial nacional en las armadas ha estado presente desde los albores de la historia universal. Basta recorrer la saga de los grandes episodios navales para encontrar siempre flotas que enarbolaban el pabellón del país en que fueron construidas. Es que no sólo se enfrentaban el coraje y la habilidad militar, sino también la técnica y el trabajo de otros compatriotas en el diseño y la construcción de las naves.
*Por Raúl E. Podetti, Ingeniero Naval.