Quizás para algunos la Semana Santa de 2021, quedará en el olvido. Pero muchos la recordarán por la dolorosa coincidencia de la Pasión de Cristo, el 39° aniversario del inicio de la Guerra de Malvinas y los dramáticos números de la pobreza en Argentina.
La aventura del penúltimo año de la dictadura militar llevó a la muerte a 649 argentinos a los que no debemos dejar de tener tan presentes como a nuestras Islas. Especialmente a los soldados que, sin tener vocación por las armas, defendieron la Patria.
Fueron casi niños, de apenas 18 años, pero pusieron todo lo que estaba a su alcance, en una confrontación claramente desigual y nunca fueron reconocidos como merecen.
Muchos de los que sobrevivieron a las balas y a las bombas, no pudieron con los fantasmas del horror y se quitaron la vida tras el conflicto.
La liviandad con que se usa la palabra Héroes, aplicándola a los protagonistas de proezas deportivas o a quienes tripulan aviones para traer vacunas, es incomprensible y una alarmante muestra de la identidad perdida.
Es muy triste recordar que, cuando se produjo el regreso al continente, los combatientes fueron escondidos y aislados. Más penoso es ver que esa actitud despectiva y negadora del poder, sigue reiterándose. Se pretenden esconder los errores bajo la alfombra, ignorándose que amontonar tanto, forma una montaña inocultable.
Como las políticas económicas de ajuste, que cambian de voceros, nombre, envase, pero no de contenido. Ya no pueden defenderse.
Las cifras del Indec, que conocimos hace pocos días, no pueden sorprendernos. La pobreza aumentó y sus tentáculos alcanzan a 19 millones de argentinos, el 42%. Los indigentes conforman el 10,5% y el 60% de los niños, viven en la miseria.
¿Cómo revertirlo con sueldos mínimos de $ 21.600 pesos, jubilaciones de $ 20.500, millones de empleos en negro y asalariados cuyos ingresos están lejos de cubrir la canasta básica?
No hace muchos años se dijo que teníamos menos pobres que Alemania. Una gran mentira, similar a la promesa de alcanzar “pobreza 0”, para ganar una elección.
Sobre esta madeja de problemas, reaparecieron malas prácticas, que florecieron en otoño bajo expresiones que presionan y amenazan a quienes piensan distinto. Manifestaciones que debemos desterrar, porque con ellas no progresamos. Por el contrario, retrocedemos varios casilleros cada vez que alguien desde un micrófono, las redes sociales o una tribuna política, sintiéndose dueño de la verdad, pretende “matar” las ideas de otro.
Esa es la peor pobreza, la que nos tapa de barro.
A veces y más aún en el duro paso por la larga pandemia, parece que estuviéramos en una pesadilla o un callejón sin salida.
Es probable que sea cierto. Porque, mientras los dirigentes que se escandalizan un rato con los datos se enriquecen y no resuelven los crónicos problemas sociales, la mayoría de los argentinos calla y otorga.