Aunque son tiempos difíciles para América Latina. Lula da Silva, el nuevamente electo presidente de Brasil, comenzó su primera gira internacional y la inició por Argentina, donde el presidente Alberto Fernández lo recibió con sonrisas, bromas (como si realmente hubiera algo para celebrar) y promesas de un futuro juntos.
Ante este panorama, vengo a anticiparles ese futuro: una mayor persecución a “los ricos” para obtener más dinero para el Estado. No, no hay error: la plata que les quitan a los que más tienen se redistribuye entre organismos del Estado, no entre los que menos tienen. Que, incluso recibiendo dádivas de los gobiernos, terminan pagando más por lo que compran. Viviendo, siempre, en las mismas condiciones.
Este nuevo año, estos nuevos tiempos, de nuevos no tienen nada. Vamos a ver cómo nos hablarán otra vez sobre moralidad fiscal, sobre esa ridícula e inexistente relación entre pagar más tributos y hacer bien las cosas. Déjenme autoplagiarme. Voy a citar un tramo de mi primer libro, ”Cómo protegen sus activos los más ricos (y por qué deberíamos imitarlos)”:
“El origen de los impuestos, en efecto, no debe buscarse en un mandato ético o divino, sino en la simple necesidad de los Estados de financiar los servicios básicos que deben prestar a los contribuyentes, así́ como su infraestructura.
Tenemos que empezar a pensar al Estado como un gran consorcio en el cual todos somos copropietarios. Se recauda para pagar gastos. Punto.”
Promesas
Lula basó gran parte de su campaña en recuperar un Estado “fuerte” para Brasil, un Estado que esté al servicio de los ciudadanos, que los asista, que los guíe (por no decir, que los lleve de la mano). En ese plan, el líder del PT propuso subir el salario mínimo, extender la protección social a los trabajadores, regular la producción, los precios y la minería, sumar una renta básica universal, poner (cito) “al pueblo en el presupuesto”.
Para eso, dijo que era necesario eliminar el techo de gasto (lo repito porque es insólito: ELIMINAR EL TECHO DE GASTO). Dicho de otra manera: gastar lo que se necesite sin detenerse a pensar en cuánto hay. ¿Vivir de créditos? ¿Vivir del aire? ¿De la caipirinha?
Las preguntas tienen respuestas. Lula advirtió que era necesario “un sistema fiscal más progresivo”. Que se extenderá el impuesto sobre la renta, que luchará contra la evasión, que el objetivo es “hacer que los ricos paguen más impuestos que los pobres”.
Insertaría el emoji del hombrecito tapándose la cara, pero creo que tanto ustedes como yo tenemos claro lo que sentimos en estos momentos.
¿Alguien cree que los ricos, en Brasil y en cualquier lugar del mundo, no pagan ya más impuestos que los pobres? ¿Es necesario decir una vez más que el problema no es la riqueza sino la pobreza? ¿Que lo que tienen que “atacar” es ese flagelo, trabajar para sacar a la gente de la pobreza y no a otra gente de la riqueza? ¿De dónde viene esa obsesión? ¿Acaso algún país tuvo éxito erradicando a los ricos?
Hay que prepararse para leer y presenciar los debates sobre una nueva política fiscal en Brasil. Y con Brasil como espejo, estar atentos a los demás países de la región. Chile, Argentina, Colombia, México, Bolivia… La lista de candidatos a aplaudir, imitar y dar (malas) ideas es larga.
Todo esto se hará en nombre de lo que les comentaba en un inicio: la moral. Lo que se supone que está bien: como yo tengo mucho, tengo que darle algo a otro que tiene menos. Así nos enseñan desde chicos, a compartir y está muy bien. ¿Y si no quiero compartir? ¿Y si quiero compartir con unos, pero no con otros? Está bien compartir, ¿pero está bien obligar a compartir?
Quería hacerles esa pregunta para que lo pensemos juntos. Yo creo que el problema no está en que alguien que tiene dinero quiera compartirlo, ceder una parte a otro (cuántos hemos ayudado a familiares o amigos en malos momentos). Ni siquiera veo mal que existan los impuestos para que el Estado, como escribí en mi libro, subsista, se mantenga, cumpla. El problema sí está en la obligación. Un “impuesto solidario” es solidario si uno quiere ayudar; si no, es extorsivo. Y más, cuando por todos los medios posibles nos dicen que, si los ricos no pagan más impuestos, otros van a pasarla peor que lo que ya la pasan (y no por culpa de los ricos).
Cierro con un último tramo de mi primer libro.
“Quien tiene dinero, no por ello tiene menos ética que quien no lo posee. Mientras escribo estas líneas, viene a mi mente una de las frases más recordadas de entre las que se atribuyen a Confucio.(…) Entre otras muchas frases de su presunta autoría, la siguiente me llamó siempre la atención: ”en un país bien gobernado, la pobreza es algo que avergüenza. En un país mal gobernado, la riqueza es algo que avergüenza”.
Nada de qué avergonzarse.
Este año vamos a hablar mucho de riqueza y de pobreza, de libertad, de igualdad y de movilidad social. Muchas veces, cuando explicamos cómo hay que proteger la riqueza que uno ha generado en la vida, asumimos que ser rico es algo positivo. Sin embargo, en tiempos de resentimiento y pobrismo generalizado no hay que asumir nada y explicar todo desde cero. Es uno de los objetivos para 2023.
