Lo que pasó esta semana en el Congreso es la perfecta muestra y esperada consecuencia, de dos factores resultantes de las elecciones de 2023: 1) el gobierno de Milei es el más débil políticamente desde 1983 y 2) el sistema político es el más fragmentado de los últimos 40 años.
Con semejante cuadro, el ordenamiento político iba a ser complicado y por lo tanto, era menester que concurrieran dos cuestiones: a) un fino gerenciamiento político por parte del oficialismo y b) que hubiese resultados de gestión atractivos para buena parte de la opinión pública. Respecto al primer punto, se debe decir que hasta ahora el gobierno tuvo menos obstáculos de los esperables, teniendo en cuanta su debilidad de origen: tuvo un aprendizaje con el pasar de los meses, obtuvo sus primeras leyes después de mucho remar, marcó la agenda y el Presidente es el centro de la escena. En cuanto al segundo punto, hay un logro en materia de inflación y va ganando tiempo con su ingeniería financiera, pero hay un lento desgaste en la calle fruto de la fuerte recesión que disparó la preocupación por el empleo.
Como en los buenos thrillers, al protagonista se le van cerrando las opciones estratégicas y desarrolló una confianza en sí mismo que lo va llevando a generar errores que le vuelven a cancelar alternativas de movidas en el tablero. Por eso dijimos la semana pasada que se necesitaban “Dibus” y “Carusos”, porque se venía el tiempo de atajar penales y alejarse del descenso en ciertas situaciones.
Las dos derrotas políticas de esta semana parlamentaria –fondos de la SIDE y actualización jubilatoria- pueden ser inoculadas con coraje y creatividad, pero ese no es el punto. La cuestión es que, si se suceden una serie de golpes, la política y la economía pueden empezar a sacar cuentas adversas sobre la gobernabilidad de Milei y más de uno entusiasmarse con acelerar la generación de obstáculos. Una tarea de desgaste sistemático sobre un oficialismo intrínsecamente débil incrementa la probabilidad de que haya fatiga de materiales.
Pero el problema obviamente no es solo del Javo. Las otras dos figuras políticamente más importantes de la Argentina –Cristina y Mauricio- también tienen severas dificultades de liderazgo. En este plano es la tormenta perfecta. Cuando todo el mundo empezaba a observar que el Presidente libertario se sentaba a comer pochoclo mientras UP tenía que explicar a Alberto, hoy todos están en camisa de once varas. La vorágine política solo ofrece pocas horas de satisfacción. La próxima curva siempre puede ser fatal.
Entre la votación de diputados y el desacuerdo en la Corte sobre la devolución de los fondos a la CABA, las largas tertulias entre el líder violeta y el amarillo no lucen muy productivas. Se habló en estos días de que habría un acuerdo para que, finalmente, se integren funcionarios de Macri en las áreas de energía y transporte. Parecía que de la noche a la mañana había un acuerdo político sustentable. Indagando en profundidad, todo parece limitarse a alguna situación puntual en función de oportunidades de negocios. Si hubo algún arreglo, se desmintió luego en el Congreso.
Venimos diciendo en los últimos dos meses que los bloques dialoguistas iban a ser menos concesivos post Ley Bases. Esto se va agravando, ya que los que colaboraron se están sintiendo destratados por varias razones, entre ellos los gobernadores del ex JxC, Macri y Pichetto. Aquí es donde no queda claro si el gobierno se confió, se equivocó en la estrategia negociadora o directamente no le importó. A mí, por las dudas, no me gustaría tener de enemigo al calabrés.
El tercer tema que dio mucho que hablar fue la presidencia de la comisión de control de los servicios de inteligencia. La aceptación de Lousteau a ser el mandamás con el apoyo kirchnerista permite varias lecturas. Primero, el impacto de tal actitud en los bloques del Congreso, en el partido y en la base de votantes radicales. En los tres ámbitos, el presidente del radicalismo sale perdiendo, con lo cual el negocio pasa por otro lado.
El segundo punto es si esto significa que pudiese haber una entente progresista – peronista en la CABA para la elección del año que viene. Nada es imposible, pero luce complicado teniendo en cuenta que lo que podía juntar el senador hasta acá, huye de cualquier cosa que huela a kirchnerismo.
Y la tercera cuestión da para una gran duda: si existen túneles de entendimiento entre los socios políticos de Lousteau –Yacobitti, Nosiglia- con el oficialismo libertario y la nueva SIDE, la presidencia de la comisión ¿es una ofensiva contra el gobierno, o es una lavada de cara para esconder un acuerdo de no agresión con la oposición más extrema en un tema muy sensible? Porque, además, a último momento el radicalismo del Senado retiró a un integrante de la comisión de Acuerdos para ponerse el mismo presidente del bloque y así facilitar un dictamen favorable al juez que lija. Los ataques contra el esposo de Carla Peterson ¿son genuinos o son una tapadera? Raro.
Mientras siguen los sinsabores para Alberto, Villarruel sigue jugando a la mancha venenosa con el Presidente. Vale decir que ella tiene buena imagen en la medida que el gobierno genera expectativas pero que, si a su compañero de fórmula le va mal, ella también saldrá perjudicada. Ya vimos cómo una vicepresidenta trató de tomar distancia de su socio varón y la corriente la arrastró. Si bien el caso no es igual, para la sociedad ambos están en el mismo barco y comerán perdices o naufragarán abrazados.
Más allá de todo eso, el Presidente y su ministro de Economía pueden festejar que el comercio exterior tuvo superávit récord en julio y que el Central volvió a acumular dólares, aunque el estimador de actividad económica del Indec dio caída intermensual en junio.
Lo que no caen son las “photo-opportunity” del Presidente mostrando gestos de cariñosa humanidad. La semana anterior fue el beso a Yuyito. Esta vez fue con la nueva mascota de su hermana. “El tío” le contaba cosas a su “sobrino” mientras paseaban. ¿Será un nuevo “cuento del tío”?