Este año se cumplen 40 años desde que Chile comenzó su producción de litio en 1984. Desde entonces, el litio ha pasado de ser un recurso poco conocido a convertirse en una pieza clave en la transición energética global, situando a Chile como uno de los principales productores de este valioso mineral.
El viaje comenzó en la década de 1960, cuando el Estado chileno, a través del Instituto de Investigaciones Geológicas (hoy SERNAGEOMIN), identificó grandes depósitos de litio en varios salares. Entre las expediciones que exploraron el Salar de Atacama, destacó la participación del Dr. Guillermo Chong, profesor de la Universidad Católica del Norte (UCN), quien fue parte de los estudios pioneros que sentaron las bases del conocimiento sobre las reservas de litio en esa zona.
El Salar de Atacama fue rápidamente reconocido como el más viable comercialmente debido a su alta concentración de litio y la ausencia de contaminantes. En 1984, la Sociedad Chilena del Litio (SCL), una colaboración entre Corfo y la empresa estadounidense Foote Minerals, inició la producción de carbonato de litio, convirtiéndose en lo que hoy es Albemarle. Con el tiempo, MINSAL, hoy SQM Salar, se sumó a la explotación del Salar de Atacama, inicialmente interesada en el potasio, y luego, por su auge, en el litio, convirtiendo a Chile en un actor crucial en el suministro global de este mineral.
Hoy, Chile sigue siendo un líder mundial en la producción de litio. Si bien Australia nos supera en producción, las mayores reservas están en Chile, junto con los costos de producción más competitivos del mundo. El Salar de Atacama continúa siendo la fuente principal, con condiciones climáticas ideales que permiten procesos eficientes de evaporación. Sin embargo, este éxito económico y estratégico viene acompañado de debates importantes sobre el impacto ambiental, la relación con las comunidades locales y el rol del litio en la política energética global.
En este contexto, la Estrategia Nacional del Litio, presentada el año pasado por el Gobierno del Presidente Boric, es un paso positivo. Nos recuerda que el Estado siempre ha tenido el control sobre la explotación de este recurso crítico, y que esto es clave no solo para el desarrollo económico del país, sino también para la protección del entorno natural y las comunidades.
En este sentido, y especialmente en los últimos años, he observado cómo proliferan mitos y desinformación sobre la industria del litio. Un ejemplo es la creencia internacional de que Chile ha “nacionalizado” el litio recientemente, cuando en realidad ha evolucionado bajo el control del Estado por más de medio siglo. Este fenómeno no solo distorsiona el debate público, sino que también genera percepciones equivocadas que pueden afectar el desarrollo de la industria y la forma en que se abordan los verdaderos desafíos ambientales y sociales.
A medida que nos adentramos en los próximos años, el desafío será mantener y mejorar el liderazgo de Chile en la producción de litio, pero bajo un enfoque que priorice la sostenibilidad y la innovación tecnológica. La creciente demanda global ofrece una oportunidad sin precedentes para nuestro país, pero esta debe ser abordada con una visión que integre no solo los beneficios económicos, sino también el respeto por el medioambiente y las comunidades. Solo así podremos celebrar no solo el pasado, sino también el futuro del litio en Chile.