A la vista está que la experiencia de gobierno de la Alianza Cambiemos concluye bajo la forma de un rotundo fracaso, claramente visible en la promesa de pobreza cero de 2015 y la realidad de emergencia alimentaria de 2019. La foto es más que clara: el hambre se hace presente en un país de algo más de 40 millones de habitantes pero que, como suele afirmarse, “produce alimentos para 400 millones de personas”. Inaceptable, aunque consecuencia lógica de hacer de un país un casino. Sin dudas, esto obligará al próximo gobierno a articular un modelo de contingencia que atienda de manera urgente al que considero es el verdadero default al que asiste el Estado: el que tiene con la sociedad argentina.
Clarificado el carácter impostergable de atender la coyuntura, el objetivo del presente artículo es pensar la dimensión estructural de las recurrentes crisis económicas argentinas, hacerlo en perspectiva histórica y enfrentando la dificultad de escapar al siempre atrapante y caótico presente. Es que rediscutir el modelo de desarrollo en tanto el mismo es una categoría y un proyecto político, realizarlo desde un perspectiva situada en tiempo y espacio, enmarcarlo en un contexto internacional y superar la visión coyuntural por otra de carácter estratégico, representan desafíos impostergables para la dirigencia política, empresarial, sindical y de la sociedad en su conjunto. Nadie soluciona un problema social sin resolver primero un problema económico, y nadie soluciona un problema económico si antes no soluciona un problema político. La frase es de autoría de un presidente argentino del siglo XX, de renombre popular, que ha escrito varios libros y que aunque no esté incluido en los planes de estudio de las universidades nacionales algo sabe de esto. Pero no es el objetivo detenerse aquí. Avancemos.
En la historia política y económica argentina existe un punto de inflexión histórico que debe asumirse con la precisión y magnitud que amerita y es la última dictadura cívico militar iniciada el 24 de marzo de 1976. Se produce allí un quiebre estructural cuya deriva es haber pasado de ser el país del 5% de pobres al país del 30% de pobres (situación estructural, extensiva a gobiernos de diferente color político partidario incluso), conceptualización que realizan Rodríguez y Touzon en su libro “La Grieta Desnuda”. Sin ánimos de caer en un fatalismo determinista que busca en el pasado la causa de todos los males del presente, lo cierto es que jamás se ha podido superar estructuralmente esta tragedia que diezmó a una generación a la vez que aplicó un industricidio. Esta coordenada histórica refleja el fin del empate de fuerzas sociales en la territorialidad argentina y la imposición del proyecto neoliberal sobre la Argentina industrial de mediados del siglo XX, proceso que se condijo con lo que sucedía a nivel internacional, es decir, el fin de lo que Eric Hobsbawm denominó los años dorados del capitalismo. La intermitencia entre gobiernos civiles y gobiernos militares culminó, y se abrió paso a un proceso dictatorial que trastocó desde sus bases la estructura productiva argentina a partir de endeudamiento, extranjerización y reprimarización de su economía. Para tomar dimensión de ello basta con citar el exorbitante aumento de la deuda externa entre 1976 y 1983: de 7.800 a 45.100 millones de dólares. Como es bien conocido, este proceso se profundizó durante las últimas dos décadas del siglo XX dando lugar a la crisis política, económica e institucional de diciembre de 2001 que puso fin al gobierno de Fernando De La Rua.
Al iniciarse el siglo XXI nuestro país vivió un proceso político alternativo al actual y al que imperó entre 1976 y 2001. El mismo se caracterizó por un marcado proceso de desendeudamiento, reconstrucción del entramado industrial, reducción del desempleo, recomposición del salario real y ampliación de la cobertura jubilatoria, todo ello en el marco de políticas económicas que posibilitaron altas tasas de crecimiento durante varios años consecutivos. De acuerdo a un informe presentado en octubre de 2017 por el docente e investigador de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la UNMDP, Magister Marcos Esteban Gallo, entre el primer trimestre de 2004 y el primer trimestre de 2015 el salario real promedio exhibió en nuestro país un incremento del 43% mientras que la tasa de desempleo llegó a ser del 5,9% para el tercer trimestre de dicho año. Por su parte, la política exterior apostó a la construcción progresiva de un bloque regional que tuvo en el eje Caracas – Brasilia – Buenos Aires a sus principales impulsores y cuyo objetivo fue construir márgenes de autonomía en las relaciones internacionales. Estos son solo datos parciales, pero sirven como pequeña radiografía comparativa de la situación a inicios del siglo XXI y cómo se había modificado transcurrida una década.
Pero así como puede hacerse una valoración positiva de este proceso, no menos cierto es que dicha experiencia política chocó con el problema de la restricción externa, es decir, la menor capacidad que tiene una economía para generar divisas (dólares) necesarias para afrontar sus necesidades de importaciones para el consumo, la inversión, la remisión, el pago de deuda y el atesoramiento. La restricción externa, determinada tanto por factores comerciales como financieros, puso de manifiesto los problemas estructurales de la economía argentina, la cual es básicamente exportadora de productos primarios e importadora de artículos industriales, maquinaria y equipo de producción. En Argentina, cuando el producto crece, las importaciones (que son motorizadas por el mercado interno) aumentan más rápido que las exportaciones (que dependen de las condiciones del mercado mundial). En 2015, y por primera vez desde el año 2001, Argentina presentó un déficit comercial de 4.313 millones de dólares. Sin embargo, fueron principalmente los factores de orden financiero (formación de activos externos, pago de intereses netos, remisión de utilidades y dividendos, pago de los servicios de deuda) los que determinaron la restricción externa. El ahogo financiero en el frente externo tuvo su síntesis gráfica en el conflicto con los denominados Fondos Buitre.
La actual gestión de gobierno ofreció ante esta problemática una “salida” de carácter ortodoxo, devaluación y ajuste que no resuelve los problemas estructurales sino que los agudiza restando capacidad soberana al estado nacional vía endeudamiento externo (30 mil millones de dólares por año aproximadamente y sin generar capacidad de repago). Es tal el grado de vulnerabilidad que promueven estas políticas que dicha hoja de ruta se topó con sus propias limitaciones, tuvo que recurrir a la “ayuda” de un desprestigiado FMI y, a meses de finalizar el gobierno, defaultear parte de la deuda que el mismo gobierno contrajo. La insustentabilidad de la economía macrista, como la llama Claudio Scaletta en su reciente libro, se hizo presente y desarticuló el proyecto político de las elites argentinas. Habiendo recibido uno de los países más desendeudados del mundo, según afirmó el propio ex ministro Nicolás Dujovne, en apenas tres años y medio llevaron la relación deuda/PBI de aproximadamente el 40% al 90% en marzo de 2019. A su vez, muchos analistas coinciden en que, con la devaluación de agosto, este número ya superó el 100%. Ni hablar del sector industrial: según cifras de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI), la producción manufacturera local registró un descenso interanual del 8,8% en el segundo trimestre de 2019, el más alto entre los casi 80 países estudiados (le siguen Filipinas con un -8,2%, Perú -6,1% y Pakistán -5,7%). Se suman así cuatro trimestres consecutivos en los que Argentina presenta la mayor caída de la actividad industrial a nivel global. Esta macroeconomía sin rumbo es también visible en términos inflacionarios: mientras Macri heredó una economía con una inflación promedio de 25%, la estará dejando a niveles superiores al 50%; de ahí la dolorosa situación social ya descrita en el inicio de la nota.
Es evidente entonces, que el principal problema de la economía argentina es la restricción externa y ello obliga a rediscutir el modelo de desarrollo y a reducir progresivamente la dinámica cíclica de una economía capitalista periférica inserta en un sistema mundo con centros, periferias y semiperiferias. ¿Cómo avanzar en este sentido? Implica, sin dudas, un desafío político difícil de sortear y que necesitará la articulación de voluntades y capacidades para saber identificar fortalezas y debilidades, oportunidades y amenazas, más aun en un mundo complejo y en transición histórica.
En línea con ello, seguramente sean una hoja de ruta los planteos que realizan figuras de relevancia como Jorge Argüello o Matias Kulfas, cuyos nombres suenan para un futuro gobierno de Alberto Fernández en ministerios vinculados a política exterior y producción respectivamente (siempre hay que tener en cuenta la estrecha vinculación entre política exterior y desarrollo). Entre sus postulados se incluyen la necesidad de aumentar las exportaciones y sustituir importaciones de manera genuina, de manera de recuperar la senda del crecimiento y afrontar el peso de la deuda. Dichos proyectos exportadores o de sustitución genuina de importaciones pueden existir en numerosos sectores y tamaños de empresas, en el sector primario y en el industrial, en grandes empresas, pero también en PYMES. “Impulsar las exportaciones de productos de mayor valor agregado es el único camino seguro para que Argentina se inserte en un mundo de cadenas de valor que reservan los mejores eslabones a las economías más complejas” sostuvo Argüello en una reciente nota publicada en el diario Perfil. Es que Argentina, a pesar de los retrocesos citados, sigue siendo un país de industrialización intermedia, situación para nada desdeñable, y que ofrece condiciones para reactivar su economía con un impulso estatal siempre necesario. Identificar sectores dinámicos de la economía que contribuyan al crecimiento del PBI, generen empleo y ataquen los problemas de restricción externa resulta fundamental, tanto como incorporar la dimensión territorial del desarrollo y la importancia de las aglomeraciones productivas en el extenso y federal territorio argentino. Son desafíos enormes, que exceden las coyunturas electorales y los a veces inconducentes dilemas partidarios, que deben asumirse con la responsabilidad que ameritan y en un horizonte temporal inmediato donde el trabajo, la industria y la producción deberán estar en el centro de la escena.
* Por Jesús Rodríguez. Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional del Centro. Actualmente realizando la Maestría en Política y Gestión Local de la Universidad Nacional de San Martín.
Fuentes de consulta:
Argüello, Jorge (2019): “Cómo salir al mundo sin achicarnos”. Disponible en: https://www.perfil.com/noticias/columnistas/como-salir-al-mundo-sin-achicarnos.phtml
Gallo, Marcos Esteban (2017): “La economía argentina durante el período 2004-2017: ciclo expansivo, restricción externa y retorno de la valorización financiera”. Disponible en: http://nulan.mdp.edu.ar/2757/1/gallo-2017.pdf
Kulfas, Matías (2019): “La economía después de la grieta”. Disponible en: http://revistaanfibia.com/ensayo/la-economia-despues-la-grieta/
Observatorio de Coyuntura Internacional y Política Exterior: “Evolución de la Actividad Industrial en el Mundo”. Disponible en: https://ocipex.com/segun-naciones-unidas-la-argentina-es-por-cuarto-trimestre-consecutivo-el-pais-en-el-que-mas-cae-la-actividad-industrial-en-el-mundo/
Scaletta, Claudio (2017): “La recaída neoliberal. La insustentabilidad de la economía macrista”. Editorial: Capital Intelectual.
Zaiat, Alfredo (2012): “Economía a Contramano”. Editorial Planeta.