El anuncio del cronograma electoral puso en marcha múltiples engranajes; algunos vinculados con la política partidaria y otros con la urgencia de darle una bocanada de aire fresco a la economía del país que desde hace varias décadas está trancada.
En ese vértice, el campo repitió, a quien quiera escuchar, la receta de medidas que necesita para despegar y alcanzar el potencial que tiene.
Ese potencial derrama recursos para el productor, pero también para el país y para toda una red que se sustenta del trabajo agropecuario que genera alimentos, ingresos y los dólares frescos que necesita la magra y frágil economía argentina.
Hasta acá y al margen del signo de los partidos políticos, nuestra receta sigue cajoneada porque más fácil que empujar el crecimiento es conformarse con sacar lo que más se pueda para emparchar los agujeros negros de una economía crónica, que insiste en sus yerros.
La política ha hecho una problemática reducción del campo. Un simplismo absurdo. Lo mira de reojo, contando cuántos votos le puede dar, para qué debería ayudarlo y en qué suma hacerlo. Ese pobre ángulo electoral deja fuera de análisis la cuestión de fondo: mejor le va al campo, mejor le va al país y mucho mejor a cada argentino.
Los votos, en esta cuenta, son harina de otro costal.
La insistente indiferencia a implementar nuestras propuestas ha tenido un efecto boomerang: hoy el campo no es el granero del mundo, pero tampoco podrá serlo del país. Los miles de productores empobrecidos por la falta de medidas, por la concentración, la distorsión de la cadena y por las tremendas inclemencias climáticas son el resultado de la indiferencia de la política que, con la vista fija en su propio ombligo, dejó que el principal accionista del Estado, quebrara.
A esta altura de los acontecimientos y con la tranquilidad de haber intentado por todos los medios e infructuosamente, aunque sin resultados, que las propuestas del campo se apliquen, es importante entender que la política puede, pero no quiere que al campo le vaya mejor, aunque en ese capricho hunda sus propios proyectos y el de todos los argentinos que trabajan para alcanzar un mañana mejor.
Finalmente, comprendemos que la política partidaria y el campo no tengan la misma visión. Sin embargo, nos atraviesa un fenómeno en común que es el futuro: el campo está listo para ese desafío. Y trabajamos para que nos encuentre bien plantados. Nos preocupa que la política, sin reflejos, siga dormida viviendo del esfuerzo ajeno.