Nadie puede dar lo que no tiene. Quien no se ama, no puede amar. Quien no se respeta, no puede respetar. Aquel que se miente, es incapaz de decir la verdad. Pasan muchas cosas en nuestro país, pero me trae a esta reflexión la cercanía del festejo del Día del Niño.
Sé que falta una semana para esa fecha comercial.
Pero como transitamos la campaña electoral, probablemente esta semana, algún candidato saque del baúl la histórica definición de que “los únicos privilegiados son los niños”. O aquella de 1989 que pedía el voto “por los niños pobres que tienen hambre y por los niños ricos que tienen tristeza”.
Lo que sin dudas harán casi todos los que buscan nuestros votos, será salir a repartir juguetes, golosinas, una tasa de chocolate, tomarse fotos con niños pretendiendo compensar en un rato con esas acciones “caritativas”, décadas de abandono indecente.
La realidad argentina, según los datos de Unicef, poco tiene que ver con los seductores y “sentidos” mensajes que ya empezamos a escuchar.
El 60% de los niños, niñas y adolescentes viven en la pobreza. Son 8.300.000 personas.
En 2001, en medio de la gran crisis. según el mismo organismo de la ONU, ese porcentaje avergonzante, era del 25% e involucraba a 3.300.000 niños.
Otro dato impactante es que, por la pandemia, 1.100.000 chicos abandonaron la escuela. A ello hay que sumar los que no tuvieron conectividad, perdieron clases y la posibilidad de aprender durante más un año y medio.
Pero ¿Qué implica la pobreza infanto/ adolescente? ¿Qué hay detrás de los números?
Privaciones, sufrimiento, mala alimentación, frustraciones, abandono. Necesidades esenciales insatisfechas o derechos fundamentales no ejercidos. Precisamente a cada derecho no ejercido, le corresponde una privación.
Estos niños no tienen acceso a la educación, a los alimentos saludables, el agua potable, la atención médica, el saneamiento básico, ni a una vivienda adecuada. Estos derechos fundamentales, están lejos de su realidad.
¿Se harán cargo, algún día, los que ejercieron la presidencia, las gobernaciones, los ministerios de Eduacción, Desarrollo Humano y Economía? ¿Se harán cargo los sindicalistas docentes afectos a los paros, los que resistieron el regreso a las aulas? ¿Quién puede creer que no son conscientes de su implicancia en tanto daño y el divorcio de tantos niños del sistema educativo?
Esta semana tuvimos una muestra evidente de las consecuencias que estas actitudes de los que deciden en nombre de toda la sociedad.
Fue cuando el presidente de Toyota Argentina, Daniel Herrero, dijo públicamente que no puede conseguir 200 personas con secundario completo para incorporar a la planta industrial. “En Buenos Aires se perdió el valor de un secundario, hay poco personal calificado en el país”, manifestó el empresario.
Esta compañía automotriz fue la que más produjo el año pasado, con los impactos plenos de la pandemia y tuvo a cargo el 50 % de exportaciones de este sector en Argentina.
Cerquita de Zárate, en Campana, se produjo otro hecho tremendo, cuando sobre la ruta 9, volcó un camión que transportaba productos alimenticios de una importante cadena de supermercados. Y una multitud lo saqueó, ante la mirada de la Policía. Se llevaron los productos desparramados sobre el asfalto y los que quedaron sobre el acoplado del vehículo.
A Zárate y Campana están a 12 kilómetros de distancia, en la provincia de Buenos Aires. Suman entre ambos distritos 197.000 habitantes. Pero la automotriz no puede conseguir que califiquen 200 personas.
Todo está vinculado. Toyota no consigue argentinos con la escuela secundaria aprobada, lectura fluida, comprensión de textos, capacidad de comprometerse y asumir responsabilidades. Nada de eso suena difícil ni parece imposible. Sin embargo, parece que lo es.
Analicemos. En 2001 el 25% de los niños estaban en la pobreza y hoy debería ser esa generación la que ocupe esas vacantes, pero no está. ¿Qué podemos proyectar de acá a 20 años, cuando la pobreza infantil trepó al 60%?
Por eso, hay que dejar de escuchar tantas frases huecas, los cantos de sirenas proselitistas que empiezan a repetirse ante cada elección.
Debemos ir por otro camino.
Los niños merecen y la sociedad necesita que pensemos en ellos todos los días, no sólo un domingo de agosto. Es clave para nuestras posibilidades de desarrollo, nuestra economía y las posibilidades de constituir una verdadera Nación.
Porque con los métodos que conocemos de memoria, la pobreza sigue avanzando, mientras los recursos públicos, continúan dilapidándose en el país de la eternamente adolescente y egoísta dirigencia política.