El comercio exterior en Argentina atraviesa un momento decisivo. Las barreras estructurales, la presión fiscal y la excesiva regulación han limitado históricamente nuestro crecimiento y competitividad, y siguen siendo temas pendientes. Sin embargo, también se vislumbran oportunidades clave para reinsertar al país en el mercado global, siempre y cuando se tomen decisiones valientes y estratégicas.
Desde mi perspectiva, el camino hacia una apertura económica efectiva será largo y lleno de desafíos, pero ineludible. Los cambios graduales que se han implementado en los últimos tiempos son una señal de que estamos avanzando, aunque no al ritmo necesario.
Es inevitable comparar nuestra situación con la de países vecinos como Uruguay, que han sabido aprovechar su estabilidad normativa y fiscal para ganar terreno en los mercados internacionales. Allí, la ausencia de restricciones como el cepo cambiario y los controles de capitales les otorgan una ventaja competitiva que Argentina, por ahora, no puede igualar.
Este contraste deja en evidencia que nuestro país necesita un cambio de rumbo, uno que fomente la apertura sin comprometer el desarrollo de las empresas locales.
Un tema particularmente sensible es el impacto del comercio exterior en las pymes, el motor de nuestra economía. Mientras muchas están ahogadas por una presión impositiva insostenible y la caída del consumo interno, otras han logrado adaptarse al escenario global y muestran resultados alentadores. No podemos ignorar que las empresas que han internacionalizado sus operaciones han experimentado un crecimiento del 30% en exportaciones e ingresos. Esto demuestra que la integración al mercado internacional no solo es posible, sino que es una estrategia de supervivencia y éxito en un entorno local tan complejo.
Ahora bien, no debemos demonizar la importación de productos. En vez de considerarla una amenaza, es fundamental verla como una oportunidad para fomentar la competitividad. Para lograrlo, necesitamos un contexto económico que permita a las empresas locales optimizar sus costos y mejorar la calidad de sus productos. Pero este esfuerzo debe ir acompañado de una política que reactive el consumo interno, porque sin un mercado fuerte puertas adentro, cualquier estrategia de apertura será insostenible.
Argentina está en una encrucijada. Podemos continuar repitiendo errores del pasado o asumir el desafío de integrarnos al mundo de manera responsable y estratégica. No se trata solo de abrir mercados, sino de fortalecer nuestras bases internas para competir en igualdad de condiciones.
El comercio exterior no es una panacea, pero tampoco es el enemigo. Es una herramienta poderosa que, bien utilizada, puede llevarnos a un modelo de desarrollo más equilibrado y sostenible. Los pasos están dados, pero el verdadero desafío será mantener la dirección, corregir lo necesario y priorizar siempre el largo plazo. Ahí radica la verdadera oportunidad para nuestro país.