Diálogo, violencia y dignidad

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2 noviembre, 2020

La última semana estuvo marcada por contrastes. El esperanzador mensaje de la vicepresidenta Cristina Fernández aconsejándole a Alberto a convocar al diálogo a todos los sectores, rápidamente perdió espacio ante las escenas de Guernica que alteraron la paz social.

El jueves fuimos testigos de imágenes dolorosas que podrían haberse evitado y no deben repetirse. Lastimó el enfrentamiento entre la policía bonaerense, en cumplimiento de una orden judicial y un grupo de violentos. Y mucho más dolió ver a niños con sus madres tirados en una plaza, esperando un alimento o una bebida, sin saber dónde pasarían la noche.

Hemos dicho varias veces que la verdadera grieta es moral. Del mismo lado están quienes utilizan a los más necesitados para hacer negocios políticos y económicos y los que insisten en anteponer sus egos al interés nacional. Ambos perfiles quedaron al descubierto en Guernica y en Santa Elena, Entre Ríos.

En todos los casos, los dirigentes que gestaron los conflictos exponiendo a terceros y tensando a una sociedad, que ya vive en clima de tensión por diferentes motivos, eligieron estar lejos en los momentos críticos. Una prueba del bajo calibre de sus actitudes presuntamente reivindicativas y sociales. Cabe analizar cuánto los beneficia poner en riesgo la paz de sus semejantes.

Al mismo tiempo se escucharon amenazas de desabastecimiento de productos alimenticios, como respuesta a la extensión del programa precios cuidados hasta el 31 de enero.

Llama la atención porque todo se desarrolló poco después de la carta de Cristina donde además de alentar una apertura, alertó sobre la grave situación económica y social. En simultáneo, el gobierno, haciendo una jugada de alto riesgo, logró que bajara el dólar, cuando hay poco margen de maniobra.

Evidentemente hay sectores a los que no les interesa dialogar, propuesta sobre la que se han manifestado positivamente actores políticos y sociales que entienden que se abre una puerta para resolver los graves problemas que afectan al país.

Es innegable que hay una gran deuda social, que la vivienda es una demanda real muy postergada, como el empleo y la capacidad de consumo. También sabemos que diciembre suele ser un mes caliente y que estamos entrando a un año electoral.

Lo que no podemos permitir es que se repitan situaciones donde los más postergados sean usados, expuestos y después abandonados para que el estado salga de urgencia a apagar el incendio con planes discutibles y controvertidos. Hay muchos organismos públicos para tratar estos hechos. Es imperioso anticiparse, planificar y resolver de manera ordenada y pacífica estas cuestiones.

Porque además de paciencia, hay mucha dignidad en las personas que están del otro lado de la grieta y merecen ser correspondidas. La mayoría de los desocupados quiere trabajar, ganar su salario y caminar con la frente alta. Tenemos un país con buena gente, humilde y solidaria, mucho más que la mayoría de sus dirigentes.

Prueba de ello es lo ocurrido en una parroquia católica del Gran La Plata y seguramente en otros lugares. La pandemia triplicó allí la cantidad de familias necesitadas de alimentos, alcanzando a 1300. Desde abril, manos generosas aportaron para dar respuesta a la emergencia.

La semana pasada, 100 familias no fueron a buscar sus bolsones de comida. Sorprendidos, los organizadores quisieron saber por qué y fueron a averiguarlo. La respuesta fue que de a poco recuperaron sus empleos, algunos de ellos en la construcción y generaron sus propios recursos. Agradecidos, decidieron ceder sus bolsones alimentarios a quienes los necesitan más que ellos.

Esta actitud, espontánea, está muy lejos de la expresada por aquellos que desde la comodidad, no resignaron ni un peso de sus abultados ingresos púbicos y por el contrario, además, reclaman retroactivos de pensiones o rebajas impositivas pensando sólo en sus beneficios personales.

El mensaje importante llega desde los que menos tienen. En medio de la larga tormenta, no nos dejemos llevar por los incansables promotores del odio, la agresión y el pesimismo. Queda muy claro que hay muchas personas que mantienen la dignidad y que no todo está perdido.

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