El agua no es un bien económico, sino un elemento esencial para la dignidad humana.
Han transcurrido unos pocos días de este 2018 y el rumor de un fuerte aumento de las tarifas en los servicios públicos se encuentra a la vuelta de la esquina. Pero uno de ellos, ciertamente nos llama poderosamente la atención: el del agua.
La humanidad entera se ha desarrollado en torno a este vital elemento. Pensemos en las grandes ciudades mundiales construidas cerca de múltiples afluentes de agua o en las cientos de miles de elucubraciones acerca de la misma que se han llevado a cabo, ya sea desde lo filosófico, científico, religioso o simbólico. Y es que el agua, es esencial para la vida, por eso nos preguntamos hasta donde es éticamente licito convertir el agua en una simple mercancía de intercambio comercial.
La Iglesia y los diferentes Papas han hecho un constante llamado a proteger este precioso recurso y permitir al mismo tiempo su acceso universal, en particular, a quienes viven en condiciones de pobreza. Afirma el actual pontífice en su encíclica LAUDATO SI “es doloroso cuando en la legislación de un país o de un grupo de países no se considera el agua como un derecho humano. Más doloroso aun cuando se quita lo que estaba escrito y se niega este derecho humano, es un problema que afecta a todos y hace que nuestra casa común sufra tanta miseria y clame por soluciones efectivas”.
Millones de personas carecen de acceso al agua potable. Esto es a menudo causa de enfermedades, sufrimiento, conflictos, pobreza e incluso la muerte. Como hombres somos directamente responsables de los múltiples desastres que a nivel mundial se producen cada día. Como cristianos, es nuestro el deber de fomentar una cultura de un cuidado responsable y del encuentro mutuo. El cuidado del agua y de nuestra casa común es el grito del hermano que clama a través nuestro, es “el grito de la tierra que pide el respeto y el compartir responsablemente de un bien que es de todos”.
* Por Rubén Marchioni – Párroco de Cristo Rey