Sin enredarnos en los vericuetos de las internas políticas de unos y otros y venciendo el boicot de intereses ajenos, trabajamos durante meses en pulir ideas y en frenar propuestas que socavan la autonomía de los poderes. Así, con esfuerzo, llegamos a desbaratar la avaricia del oficialismo que no conforme con lo que ya nos quita por retenciones, pretendía arrogarse una facultad que no le es propia lastimando de muerte un concepto constitucional enorme. Y logramos, casi al mismo tiempo y en otro espacio, una medida a escala de pequeños y medianos productores que hoy necesitan una mano para seguir trabajando. Sabemos que falta mucho, pero también sabemos que no hay cosecha sino sembramos.
Los pasos que dimos y que llevaron tiempo hoy muestran su fruto. Y falta más. Es sorprendente esa decisión que abonan algunos de no juntarse y no hablar. Nostálgicos del puñetazo en la mesa cuentan con los dedos de la otra mano las excusas a la hora de ir a protestar. En esa ambivalencia del “vayan que ya vamos” construimos una alternativa que aún es flaca, pero más fértil que los portazos de la dirigencia vintage.
El campo es un actor de fondo. Y evoluciona hacia adentro y hacia afuera. Es el puente que nos vincula con el mundo y es también un interlocutor enorme por lo que aporta, lo que contiene, genera y produce. Limitar su potencia a una sola discusión es encorsetar el mañana del campo.
Además de terminar con las retenciones, clamamos por una nueva ley impositiva, el fin del festival cambiario, el acceso a más tecnología, mercados internacionales, innovación, financiación, infraestructura, proyección y políticas para el crecimiento del campo son los ejes que cimentamos en la pulseada constante con el poder.
Entendemos que el mundo cambia y el campo tiene que ser parte de esa transformación y cambiar con él.
El gobierno anota en su libreta de almacenero sus rojos y también nuestros verdes. Las dos columnas crecen abultadamente: una, la roja de la política, crece por su incapacidad de reducir el déficit y los gastos ineficientes. La nuestra, la verde del “yuyo” aumenta porque cada vez aportamos y tributamos más pero nunca les alcanza. En esa relación tóxica convivimos.
El campo volvió a ponerle oxígeno a los pulmones de un gobierno que no tiene autonomía para respirar. Lo sopla el campo; lo oxigena el Fondo Monetario, lo ventila la paciencia sin límite de 40 millones de argentinos que se atan a la fe de que mañana puede ser mejor porque hoy, ya no les alcanza.
La medida del gobierno nacional para que un segmento de la cadena liquide más, no fue beneficiosa para el campo. Fue provechosa para un gobierno asfixiado en sus propios yerros y persistente en sus equivocaciones. Sin embargo, no puede ser nuestra labor, cruzarnos de brazos frente a esa posición. Vamos a insistir hasta que escuchen y hasta que aparezcan los frutos de tantos años de trabajo gremial agropecuario.
Invertir el orden de las preguntas podría llevarnos, con certeza a otros resultados.
La cuestión de fondo, la exegesis del oficialismo debería resolver que necesita cada sector para crecer y no conformarse con ver cuánto le falta al gobierno y de dónde lo saca para llegar a fin de mes.
La sequía que golpea al campo, la falta de confianza, las carencias de políticas de todo tipo y el abono estéril de los partidos que retacean el diálogo aun cuando Argentina tienen el agua al cuello, no ayuda. No es momento de vanidades.
Es mentira que el mundo nos mira. Cierto es, en cambio, que no nos comprende. La agonía argentina no deja márgenes para los egoísmos y menos para la especulación. Hay un sólo rumbo y podemos empezar a diseñarlo hoy.
Por Jorge Chemes, presidente de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA).