Con la explosión de la tecnología de las comunicaciones, la sociedad comenzó un proceso de mutación temporal que he denominado “el fin del principio”, un punto y aparte en la historia.
El acceso a la información ha desmembrado la visión temporal que teníamos de la historia para convertirse en un episodio vital para entender lo que viene: una nueva era para la humanidad.
La era del acceso, ha empezado a cambiar el papel del hombre en su relación con los productos de consumo, con su trabajo y por consecuencia, con sus pares.
Ha llegado el tiempo donde algunos fundamentos básicos de la vida moderna cambian radicalmente.
Las relaciones humanas pasan a despersonalizarse con el aditamento de que las comunicaciones digitales multiplican su interacción y hasta nos podrían alejar de nuevos síntomas del Covid 19.
Por otro lado, las instituciones comienzan a verse como gigantes sin razón y a despertar de un sueño histórico basado en el papel y la tinta para descansar sobre Sistemas Informáticos.
“Apretar un botón” parece ser la orden y que el “sistema nos eduque, nos conduzca y nos libere”, la solución más fácil y solicitada.
En esta nueva era, los mercados, tal cual los conocemos, pierden espacio ante las redes; el acceso suplanta a la propiedad y el hombre se confunde en la paradoja de la comunicación.
En tanto, la humanidad subyace la idea de abandonar una de las realidades básicas más importantes de la vida económica o al menos la que ha subsistido desde la época del trueque: la relación entre el comprador y el vendedor.
Si suponemos que la propiedad de un bien sigue teniendo importancia, lo que cambia, en este tiempo, es como accedemos al mismo.
El intercambio, entre comprador y vendedor deja de lado mostradores, vidrieras y probadores, para que la conexión a un servidor, opere la relación y conforme a esto, establezca lazos de seguridad, garantía y satisfacción.
El mercado, se duplica en interfaces, en rápidas síntesis de acceso a “casi todo”. Y aunque la economía personal aún siga manteniéndose “viva” como un proceso de la economía formal empieza a doblegarse en la lucha contra las redes.
Por otro lado, si nos referimos a las empresas, éstas ya han empezado a recorrer un camino de transición y su valoración respecto a la propiedad también está sujeta a grandes cambios.
Hace un tiempo, la inversión en metros construidos trasformados en fastuosas oficinas, sugerían un ambiente de éxito y por consiguiente, una segura escalada social y aumento del capital accionario. Esta idea ya comienza prácticamente a extinguirse.
O sea, la propiedad de capital físico, el inmueble, que fuera en su momento, núcleo de la vida empresarial, pasa a convertirse en algo marginal. Es probable que, dentro de muy poco tiempo, se lo considere como gasto en vez de considerarse inversión.
Las grandes corporaciones están empezando a vender sus bienes raíces, reduciendo su inventario, subcontratando o alquilando tecnología.
La colección de bienes, se ha vuelto obsoleta y está fuera de los cánones acordes a lo que entiendo como “fin del principio”.
En la era de los mercados, cualquier compañía exitosa estaba respaldada por millonarias sumas invertidas en capitales físicos y esta era otra de las maneras de concentrar y aumentar el capital accionario.
Muchas empresas han dejado de lado la producción de bienes “en una industria propia” para sustituirlas con alianzas estratégicas, coproducciones o acuerdos globales a la hora de maximizar beneficios. Compartiendo recursos, ampliando así sus redes y revalorizando la relación entre el administrador, servicio o bien y el usuario o consumidor.
La noción de desterritorialización y la transformación de las empresas, se pone de manifiesto en todos los planes maestros de las compañías internacionales, comulgando así con el proceso de globalización, borrando y reescribiendo con unos y ceros un nuevo mapa económico mundial. De esta manera, se gesta la idea de un capital global imposible de localizar y cuantificar.
Por razones como estas, en la era de las redes, la percepción del éxito está basado en la acumulación de cerebros, de ideas, de capital intelectual, no de bienes.
Las ideas reemplazan a las escalinatas de mármol a las estructuras de hormigón, y se centran en la estimulación y el entendimiento de la relación dialéctica entre bienes o servicios y usuarios en las redes.
Ejemplo de esto son las empresas que malvenden o regalan productos en pos de garantizar una relación contractual de servicio con su cliente por un tiempo determinado.
Me atrevo a pronosticar que, dentro de no mucho tiempo, los productos de mayor precio, como pueden ser los inmuebles, autos, electrodomésticos, quedarán en manos de administradores. Y los clientes (usuarios) accederán a ellos en forma de alquiler o cualquier otro tipo de acuerdo ligado a un servicio.
El concepto de posesión, pasará a ser un concepto en desuso y sólo lo sostendrá una concepción cultural.
Todavía, por nuestra cultura, la seguridad y el respaldo económico están ligados a la idea de posesión. En estos tiempos, la renovación de productos se ha vuelto vertiginosa y las políticas de las empresas líderes en tecnología han acortado la vida útil de los productos en pos de una garantía de consumo. La noción de posesión se ha vuelto problemática para la psicología del hombre actual.
La compra de un producto, por ejemplo, un celular, queda desactualizada casi al mismo tiempo de su adquisición.
Navegar por los sitios de empresas de tecnología, es una experiencia propia de esto.
Productos que son ofertados como innovadores y revolucionaros, son testigos de su propia muerte en el mercado, al ser suplantados en escasos meses por un nuevo diseño, replicante de su antecesor en algunos casos o verdaderos cambios de tecnología en otros.
Y aquí no podemos obviar el tema que une el esquema empresa/ servicio/ usuario y/o consumidor.
El consumo deriva de la sobreexposición de productos, de su repetición, de la habitualidad con que nos relacionamos con ellos. En esta relación, seguramente el ser humano es el que está sujeto a la mayor cantidad de contingencias y complejidades.
La psicología científica puede ayudarnos a comprender la dinámica de las relaciones humanas y en especial qué parte está ligada a las necesidades, qué parte a los impulsos biogenéticos y qué parte a las emociones, del consumo.
Un consumo que se complejiza cada vez que “accedemos”.
Un consumo que cada vez nos deja más solos en la era de las comunicaciones.
Un consumo que nos pone cara a cara con “el fin del principio”.