Esta semana asistimos a lo peor que nos puede ofrecer la política: la negación y el fracaso del diálogo. En circunstancias dramáticas, este insumo vital estuvo ausente. Esto derivó en una sucesión de contradicciones, frases hirientes y escasos aportes para encarar los problemas que están destruyendo a nuestra sociedad: el coronavirus, que ya se llevó casi 60 mil vidas (a esta altura de la pandemia todos tenemos familiares, amigos y conocidos que engrosan esa lista) y la pobreza.
Expresiones desafortunadas de un lado y del otro que distan de la claridad. Esta dialéctica ensancha la brecha, entre los sectores que se reparten el protagonismo mediático gastando la mayor parte de sus palabras en desprestigiar al adversario ideológico. Algunos ya empezaron a habar de enemigos.
Advertimos tiempo atrás que estamos acercándonos a un abismo y que no se lo enfrenta como amerita. También la complejidad de estar en un año electoral. Esperamos que efectivamente se vote en octubre. Sin dudas, las urgencias proselitistas, aceleran las pulsaciones, nublan la razón y postergan el interés común.
La catarata de acusaciones, que poco interesan y nada le aportan al ciudadano común, sólo son cortinas de humo para ocultar lo que realmente afecta a nuestras vidas. Las vacunas prometidas que no llegan, los hospitales de campaña que se desmontaron, la disponibilidad de camas y respiradores. Saber si se aprovecharon estos 12 meses para formar técnicos y profesionales que asistan a los extenuados médicos y enfermeros, por ejemplo. Si el oficialismo no cumple, tampoco la oposición exige.
Nada de esto se transparenta y convive con otras críticas cuestiones. Porque no sólo de coronavirus mueren las personas. La pobreza desborda. Por una protesta buena parte de Neuquén sufre desabatecimiento. Al mismo tiempo hay puertos paralizados y sufren amenazas los exportadores de carne, que ingresan al país más de 2500 millones de dólares al año.
La inflación creció 4,8% en marzo, superó los cálculos de las consultoras privadas y sigue deteriorando la debilitada capacidad de consumo. La nafta subió 6% hace pocas horas y en abril se pactó actualizar alquileres, servicios de luz y gas, entre otros. ¿Alguien puede pensar que estos factores no incidirán sobre los precios?
A todos nos gustaría hablar de un presente esperanzador. Pero lo vivido en estos días no permite hacerlo. El compromiso con la verdad, nos lleva a decir que estamos nuevamente transitando el camino equivocado. El que privilegia los intereses personales, donde la mayoría difícilmente se vea representada.
La reiteración de actitudes y medidas que ya fracasaron, inhabilita a alentar buenas expectativas. Argentina es un país de pobres con políticos ricos que no admiten errores y después de pésimas gestiones escriben libros autoelogiándose, ante aplaudidores pagos. Hasta algunos funcionarios se dan el gusto de facturar a nombre del Estado sus gastos personales. Caros y refinados, como se ha publicado esta semana. Sin restricciones, porque los pagamos con nuestros impuestos.
Ellos no van a resolver los problemas que nos aquejan. No están entre sus preocupaciones las familias enteras que juntan cartones, revuelven la basura o piden una moneda en los semáforos para subsistir. Tampoco los que buscan trabajo o trabajan en la informalidad.
Alguna vez un ex presidente afirmó que “sólo el pueblo salvará al pueblo”. Quizás sea el momento de interpretar esas palabras, ejercer nuestros derechos y probar ser más humildes, del primero al último habitante de este bendito suelo.
Tal vez la suerte y el destino cambien.