El mundo que viene: inteligencia artificial, renta universal y el futuro del trabajo

Sergio Candelo analizó como la automatización y un ingreso básico pueden redefinir el trabajo y la sociedad en los años próximos.

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24 octubre, 2024

Es imposible imaginarnos vivir sin tecnología, porque está presente en prácticamente todos los órdenes de nuestras vidas. A su vez, la transformación impulsada por el desarrollo de la inteligencia artificial (IA) está revolucionando la forma en que trabajamos, nos comunicamos y tomamos decisiones. Está cambiando industrias enteras, creando desafíos y oportunidades sin precedentes.

En este contexto, La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, cuenta con una rica tradición académica y tiene potencial para destacarse como la Ciudad del Conocimiento. Sergio Candelo, quien se define a sí mismo como un “ex economista”, integra este innovador sector desde hace décadas.

Entrevistado por Ser Industria Radio, el fundador de Snoop Consulting en el año 2000, con oficinas también en Chile y ex presidente de la Cámara de la Industria Argentina del Software (CESSI), subrayó la importancia de fomentar un ecosistema que promueva la colaboración entre empresas locales.

A lo largo de su trayectoria, Candelo observó la evolución del software. La economía del conocimiento creció, pero también enfrenta retos significativos. Las dificultades que enfrenta el entorno económico desde hace varios años, hace que sea esencial reestructurar el sistema para que las empresas argentinas puedan prosperar en el país y no busquen radicarse en el exterior.

La IA, promete aumentar la eficiencia y abrir nuevas oportunidades, pero también despierta inquietudes sobre la posible pérdida de empleos. La historia de la humanidad registra transformaciones laborales significativas. Pero la automatización y los robots “humanoides” desarrollan tareas hasta ahora sólo realizadas por humanos. Al respecto, Candelo apuntó a reflexionar sobre el propósito del trabajo en nuestras vidas y la redefinición del tiempo libre.

Asimismo, planteó la necesidad de abordar las implicancias éticas y sociales de la IA, destacando la importancia de reconsiderar la cultura laboral y la acumulación de riqueza. Señaló que, a medida que la automatización avanza, se abre la posibilidad de replantear la jornada laboral, permitiéndonos disfrutar de una vida más plena, más allá de la productividad constante. En este contexto, la implementación de una renta básica universal podría ser una solución viable para garantizar un nivel de subsistencia, asegurando que todos se beneficien de los avances tecnológicos.

A La Plata fue considerada como una ciudad importante en la industria del software. ¿Cómo está actualmente?

La Plata tiene buenas universidades. Debería aprovechar más su potencial como Capital y ser la Ciudad del Conocimiento, porque tiene todo lo necesario para ello. Además, cuenta con un cordón industrial importante. Nos hemos reunido varias veces entre empresarios locales y nos sorprendió descubrir que, aunque estamos en la misma ciudad, no siempre sabemos lo que hacen los demás y terminamos comprando servicios o productos de otros lugares. Es muy positivo tener un ecosistema empresarial donde todos estemos conectados y podamos conocernos mejor. La presencia de universidades atrae a personas que vienen a capacitarse y aprender, lo que nos brinda un potencial enorme. En Argentina, el tercer complejo exportador es la economía del conocimiento y es algo que debemos tener en cuenta. La Plata puede ser mucho más que la Pampa Húmeda en ese sentido. Solo hace falta proponérselo y trabajar para lograrlo.

¿Hay muchas empresas del sector en la ciudad?

Las empresas surgen, evolucionan y crecen. Globant nació en 2003, nosotros en el 2000, también en esta ciudad. Hubo una gran camada de empresas entre 2009 y 2015 donde comenzaron a aparecer nuevas firmas. El Polo IT de La Plata, por ejemplo, llegó a albergar entre 60 y 70 empresas, luego se redujo un poco, pero ahora está volviendo a acomodarse. Hay compañías que están reintegrándose a este ecosistema. En esta ciudad, el sector tecnológico trabaja de manera muy colaborativa. No todos hacemos lo mismo, lo que nos permite complementarnos, ofrecer soluciones conjuntas y compartir experiencias. Es valioso intercambiar sobre modelos de negocio y cómo lograr la internacionalización. Tanto a nivel nacional, en la Cámara, como en los polos y clústeres en diversas ciudades, la unión que existe es sorprendente. Esto genera una industria con mucha fuerza y proyección.

¿El crecimiento de Argentina y su importancia a nivel mundial fue cayendo?

En el 2000, Argentina exportaba aproximadamente US$ 20 millones en software y empleaba a 15.000 personas. Hoy, el empleo formal registra 150.000 personas y las exportaciones rondan los US$ 2.200 millones. El gran crecimiento de la industria se dio hasta 2011-2015, cuando se vio el mayor aumento en estas cifras, pero las dificultades cambiarias, el cepo y otras restricciones generaron un contexto más complicado para el sector. El software es un producto bastante virtual y después de la pandemia, la virtualidad permite que el trabajo se separe del territorio, lo que crea un desafío, ya que los impuestos son territoriales. Las empresas y trabajadores pueden elegir desde dónde operar y pagar impuestos, lo que ha generado un fenómeno notable. Según datos del INDEC y la AFIP, en 2021, más de 30.000 personas que trabajaban formalmente en Argentina en el sector de software desaparecieron del registro, afectando empleos de altos salarios. El promedio salarial en la industria del software suele ser dos canastas básicas, incluso para aquellos que recién ingresan al sector, ya sean jóvenes o personas que cambian de profesión más tarde en la vida. De entrada, el salario equivale a una canasta básica, lo que significa que muchas personas en situación de vulnerabilidad que ingresan al sector logran sacar a sus familias de la pobreza. La industria del software tiene una notable movilidad social ascendente, no contamina y permite trabajar desde cualquier lugar, ofreciendo múltiples beneficios. En 2004, la promulgación de la Ley de Promoción del Software también fue clave para formalizar la industria. Hasta ese momento, el trabajo solía realizarse con monotributo o relaciones laborales menos estables. Esta ley impulsó la relación de dependencia formal, fomentó la inversión en I+D y aumentó las exportaciones. Gracias a ella, el sector pasó de ser casi inexistente a formar parte del tercer complejo exportador del país, integrado en la economía del conocimiento.

En 2019 salió la ley de Economía del Conocimiento que vence en 2029. ¿Hay que hacerle modificaciones?

La Ley de Economía del Conocimiento abarca nueve sectores, muy dispares entre sí. Personalmente, creo que no fue la mejor decisión incluir al software dentro de una ley tan amplia. Hubiera sido más conveniente que el software siguiera teniendo su propia normativa y que los sectores nuevos se integraran en otros contextos. Nos llevó bastante tiempo adaptarnos. En ese momento, yo era presidente de la Cámara y en 2020 la ley volvió a discutirse, ya que había quedado sin efecto en 2019 debido a los cambios en el gobierno de Alberto Fernández, apenas asumido. Tuvimos que rehacerla y posteriormente, la reglamentación nos tomó mucho tiempo. Un desafío clave fue cómo definir la inversión en I+D. No es lo mismo para una empresa de biotecnología o una del sector satelital, que son mucho más intensivas en capital, que para una empresa de software, donde casi todo es conocimiento. Entonces, surgieron preguntas sobre qué se considera inversión en cada caso. Nos dimos cuenta de que agrupar a estos nueve sectores, que todos se basan en el conocimiento, quizás no sea la mejor solución. No obstante, lo importante es que Argentina ha demostrado tener un enfoque claro en esta industria y ha logrado que la tecnología creciera, independientemente de las circunstancias. El apoyo del Estado contribuyó a impulsar ese crecimiento y posicionó al país con un alto nivel de competitividad. Sin embargo, muchos países de la región comenzaron a replicar este modelo y hoy ofrecen más beneficios que los que tenemos aquí, lo que plantea un nuevo desafío.

La tecnología está transformando nuestra vida diaria.

¿Cómo cuáles?

Uruguay no cobra impuesto a las Ganancias y en Colombia existen otros esquemas impositivos. Esto hace que muchas empresas, cuando buscan expandirse, se enfrenten al desafío de encontrar talento calificado, lo cual no es tan simple. Colombia tiene una población más grande que la de Argentina y ciudades como Medellín se han enfocado en convertirse en hubs tecnológicos, por lo que varias empresas terminan estableciendo centros de desarrollo allí debido a mayores oportunidades. Por otro lado, Uruguay, con su zona franca y las exenciones fiscales, tuvo un gran crecimiento. En 2012, sus exportaciones eran de US$100 millones, mientras que Argentina exportaba 1.500 millones. Sin embargo, para 2022, Argentina había crecido a 2.200 millones, un aumento de 700 millones, mientras que Uruguay pasó a exportar 1.100 millones, multiplicando sus exportaciones por 11. Esto refleja que Argentina tiene un problema estructural. Cruzando el río, Uruguay experimenta este crecimiento y muchas empresas y profesionales argentinos se están yendo a España, Miami, México o Chile. 

Las exportaciones de software llegaron a un pico de US$ 2.500 millones. ¿Por qué bajaron?

La respuesta está en la complejidad del entorno. Para los empresarios, vender en Argentina es un proceso complicado. Tenemos una filial en Chile y allí todo es claro; se vende a un precio único. En Argentina, no sabes si podrás pagar, cuál será el valor del dólar o si el tipo de cambio cambiará. El monotributo tecnológico, que tanto peleamos, se lanzó con un tope de US$12.000 anuales, pero hace tres meses lo duplicaron, lo que genera una competencia aún más difícil. A veces parece que el Estado empuja a que pongas tu empresa en el extranjero y contrates a la gente allá. Necesitamos reorganizar el sistema para que todo vuelva a pasar por Argentina, de modo que los empresarios y trabajadores argentinos puedan operar en su país. De lo contrario, estamos exportando el valor mínimo, como ocurre con el agro: exportamos el poroto de soja en lugar de la galletita. Lo mismo sucede con el software, exportamos horas de desarrollo en bruto, mientras que el valor agregado, como el robot de IA hecho por argentinos, queda registrado y rentabilizado en otro país.

Mencionaste la zona franca de Uruguay. ¿Se podrían aprovechar las de Argentina para desarrollar el sector?

Esos detalles son mínimos. Irlanda simplemente bajó los impuestos y naturalmente, si un país ofrece una ventaja fiscal, atrae a muchas empresas. Pero si todos los países bajaran los impuestos, esa ventaja desaparecería. Esto sucede sobre todo en países pequeños, como Irlanda con sus 5 millones de habitantes o Uruguay con 3 millones. Pueden darse el lujo de no cobrar impuestos a las Ganancias y de otras formas recuperan lo que transita por su economía. En países con mayor extensión territorial y población, no es tan sencillo. Hay que encontrar maneras más complejas de ser competitivo. Argentina tiene muchas cosas que ajustar para ofrecer un entorno más favorable. Los empresarios lo ven cuando salen al exterior. Hace poco estuve en México, muchos argentinos tienen empresas allá. Me decían: “vinimos acá, empezamos de cero y hoy el 70% de nuestra facturación viene de México”. No es un problema del talento argentino, sino del contexto en el que operamos. A veces digo, medio en broma y medio en serio que si trajeras a un chino a trabajar en el ecosistema argentino, tampoco sería eficiente. Hay que reestructurar las condiciones para que queramos quedarnos aquí, para que los negocios y oportunidades sucedan en Argentina y no afuera. Hoy enfrentamos competencia en términos de sistemas tributarios, reglamentaciones, manejo de ingresos y divisas que hacen todo más complejo. Y lo curioso es que, a veces, los empresarios que montan una empresa en Europa, que parecería tener recursos humanos más caros, lo hacen porque al contratar a una persona una vez, ya no tienen que renegociar salarios constantemente ni lidiar con problemas adicionales que, aunque no se relacionan directamente con los costos salariales, terminan generando gastos operativos significativos. Esto refleja que la eficiencia no es solo cuestión de costos, sino también de estabilidad y previsibilidad en el entorno empresarial.

La industria del software genera más US$ 2300 millones, para Argentina es un número importante…

Las exportaciones argentinas están alrededor de los US$ 80.000 millones. Nos llamó la atención cuando el sector de Economía del Conocimiento superó a la del vino en términos de exportación, ya que rondaba los US$ 700 millones. Hoy, la Economía del Conocimiento representa unos US$ 8.000 millones, lo que equivale al 10% de las exportaciones totales. Este sector tiene un potencial enorme y en otro contexto, sin las barreras actuales, ese número podría ser incluso mayor. Si se lograran reestructurar las condiciones para que más operaciones y transacciones pasen por Argentina y establecer contratos de largo plazo competitivos a nivel global, podríamos fácilmente llegar a los US$10.000 millones o más. El conocimiento, en sí no tiene límite. Argentina tiene la capacidad y el talento para exportar todo el conocimiento que quiera, solo se necesita un entorno adecuado que facilite esa expansión.

Hoy la minería representa US$ 3.500 millones…

Sí, depende mucho de cómo se desarrolle el sector. Por ejemplo, Chile exporta alrededor de US$ 40.000 millones, mientras que Argentina tiene enormes reservas de cobre sin explotar. Si se logra activar ese recurso, podría cambiar considerablemente el panorama exportador del país y generar un número aún mayor en términos de ingresos. Lo positivo de Argentina es que cuenta con varios sectores clave: el agro, que siempre ha sido un pilar; la energía no renovable, el petróleo y el gas y la minería, que aún está en debate por sus posibles impactos ambientales. Es importante analizar bien cómo llevar adelante este sector, ya que, si se gestiona de manera sostenible, puede tener un potencial enorme. Solo hay que mirar a Chile, del otro lado de la Cordillera, que depende en gran medida del precio del cobre para su economía. Argentina podría aprovechar una oportunidad similar si decide explotar adecuadamente sus recursos.

Se van talentos y empresas. ¿Qué medidas podría tomar el estado para evitarlo?

Para que Argentina sea competitiva a nivel internacional, es crucial crear una plataforma que permita a las empresas operar de manera eficiente en un entorno económico más favorable. Uno de los principales desafíos hoy es el alto costo salarial, que afecta la capacidad de las empresas para competir. Una persona que gana 100, al empleador le cuesta 200 debido a los altos impuestos al trabajo. En países como Chile, un empleado que gana 100 , al empleador le cuesta 130. La diferencia es significativa. La Ley de Economía del Conocimiento ayuda a mitigar parte de ese problema, ya que reduce el costo laboral en un 10% para las empresas que están dentro de la ley. Pero a nivel competitivo internacional, Argentina sigue siendo cara. Es importante encontrar una forma de manejar los impuestos al trabajo de manera más eficiente, además de abordar cuestiones vinculadas a obra social, jubilación y otros beneficios esenciales para los empleados. Por otro lado, se debe considerar el impacto del sector informal y el trabajo freelance, que ha crecido significativamente. Muchos profesionales del sector tecnológico en Argentina trabajan como freelancers para empresas extranjeras y esos ingresos están, en muchos casos, fuera del sistema formal. Esto representa un desafío, porque una parte significativa del talento y la actividad económica escapa del marco regulatorio, lo que hace más difícil para las empresas formales competir tanto a nivel nacional como internacional.

Se habla mucho de IA y el riesgo de aumento del desempleo. ¿Cuál es tu análisis?

El miedo a no tener un trabajo y cómo subsistir es un tema relevante. A lo largo de la historia, la humanidad ha enfrentado cambios radicales en el ámbito laboral. Con la llegada de la máquina de vapor en 1760, muchas personas que antes eran agricultores se trasladaron a las fábricas. Este proceso no fue fácil y trajo consigo numerosos desafíos, pero también generó nuevas oportunidades laborales. Hoy estamos experimentando un cambio similar con el avance de la IA, que tiene el potencial de reemplazar trabajos rutinarios. En los próximos cinco años, podríamos ver la aparición de robots humanoides que realizarán tareas en nuestros hogares, lo que nos lleva a preguntarnos qué haremos si no trabajamos. Esto abre un debate crucial sobre el significado del trabajo en nuestras vidas. Por ejemplo, cuando se pide comida a domicilio a través de una aplicación, puede no haber contacto humano en el proceso. Si un dron entrega el pedido, la desconexión es aún mayor, lo que plantea preguntas sobre el propósito y la naturaleza del trabajo. Disfruto hacer un asado el domingo, pero trabajar en una parrilla todos los días sería diferente. Muchas personas que conozco están dedicándose a actividades creativas, como la alfarería o la cerámica, que son similares a trabajos que se realizaban hace miles de años. Esto nos lleva a replantear la jornada laboral: si somos más productivos, ¿realmente necesitamos seguir con el modelo de 9 horas diarias? Aunque una persona pueda reemplazar a muchas, la pregunta sigue siendo: ¿qué hacemos con el tiempo que nos queda? A menudo, ligamos nuestra identidad y felicidad al trabajo y a ser productivos, buscando siempre generar un impacto económico. Sin embargo, vivimos en un sistema capitalista que prioriza el crecimiento personal sobre la comunidad. Por lo tanto, es fundamental cambiar ciertos valores para que podamos analizar nuestra vida desde una perspectiva diferente, donde el trabajo no sea el único camino hacia la realización personal.

¿Tenemos que abrirnos a una nueva relación en un mundo nuevo?

Estamos trabajando todo el día para adquirir cosas, pero ese consumo genera más contaminación y perjudica al medio ambiente. Muchas veces, en nuestras casas acumulamos objetos que no usamos y no sabemos qué hacer con ellos. Como nos costaron caros, preferimos guardarlos en lugar de deshacernos de ellos, lo que resulta absurdo.

¿Por el nivel de pobreza que hay en Argentina, el impacto de la IA será más perjudicial?

Es fundamental reflexionar sobre cómo se va a distribuir el trabajo en un futuro donde la automatización y la tecnificación transforman la producción. En la actualidad, sectores como la industria automotriz y la agricultura emplean a menos personas gracias al avance de las máquinas. En el campo, las cosechadoras pueden operar de manera autónoma, lo que minimiza la necesidad de intervención humana. Este aumento en la productividad genera abundantes excedentes, pero debemos ser cautelosos para que no se concentren en manos de unos pocos. Hoy vemos el surgimiento de supermillonarios que poseen una parte significativa del PIB de Argentina, lo que plantea preguntas sobre la distribución de la riqueza. ¿Qué hace una persona con US$ 130.000 millones? Su capacidad de gasto es prácticamente ilimitada, lo que lleva a reflexionar sobre el verdadero propósito del trabajo. Es esencial encontrar formas de asegurar que esta mayor productividad beneficie a todos, como la implementación de una renta básica universal que garantice un nivel de subsistencia. Esto permitiría a las personas desarrollarse en lo que realmente les apasiona. Cuando trabajamos con un propósito, es más probable que tengamos éxito y satisfacción. Sin embargo, también es crucial cuestionar nuestra cultura del trabajo. A menudo, nos encontramos atrapados en la idea de que debemos ser productivos constantemente. Las sociedades judeocristianas han impuesto la noción de que el trabajo es necesario para alcanzar un futuro mejor. Para avanzar hacia un futuro más equilibrado, necesitamos desafiarnos a nosotros mismos culturalmente y adoptar una nueva perspectiva que nos permita imaginar un mundo diferente. No podemos seguir compitiendo contra las máquinas; debemos encontrar maneras de coexistir y prosperar en un entorno donde el trabajo tradicional se redefine.

Los robots humanoides transformarán aún más el mundo laboral.

¿Quién administraría la renta universal?

La productividad empresarial está en aumento y genera una concentración de riqueza en manos de unas pocas personas. Esto plantea un riesgo significativo: la posibilidad de que un pequeño grupo de individuos, potenciado por la IA y mejoras genéticas, se convierta en una élite de “superhumanos”. Esta situación es preocupante, ya que aquellos que tengan acceso a estas ventajas podrían superar a la mayoría de la población en habilidades y capacidades. Es fundamental replantear el concepto de éxito en nuestra sociedad. No debería ser un ideal acumular grandes fortunas, sino más bien encontrar un propósito y bienestar personal. La aspiración no debería ser “cuánto dinero tengo”, sino “cómo puedo vivir de manera plena y significativa”. A medida que la automatización y la tecnología avanzan, es posible que lleguemos a un punto donde la mayoría de las tareas sean realizadas por máquinas. Esto podría permitir a la humanidad vivir sin la necesidad de trabajar para sobrevivir. Pero es necesario que establezcamos un sistema que garantice un nivel básico de subsistencia para todos.

Ante esa concentración de poder, ¿qué podría hacer el Estado?

La situación actual sobre la regulación de la IA es realmente compleja. Europa avanza en la creación de marcos regulatorios más estrictos que otras regiones. Los europeos enfrentan limitaciones en el uso de asistentes y tecnologías que nosotros podemos utilizar libremente. Esto plantea la pregunta de a quién beneficia y a quién perjudica esta regulación. Además, este fenómeno trasciende las fronteras nacionales. Un país puede optar por regular de una manera, mientras otro puede decidir lo contrario. En un mundo interconectado, si un sector se regula sin tener en cuenta el contexto global, las consecuencias pueden ser hasta contraproducentes. En cuanto a la concentración de riqueza, figuras como Bill Gates y el fundador de eBay, Pierre Omidyar, repiten que no es necesario contar con grandes sumas de dinero. Estos multimillonarios donan grandes sumas de dinero y limitan la herencia a sus hijos, porque entienden que tener tanto capital no debería ser un fin en sí mismo. La vida debe tener un propósito y sentido más allá de la acumulación de riqueza y es fundamental que esta perspectiva se expanda en nuestra sociedad.

¿Cambiará nuestra relación virtual con las empresas, cuyos robots no responden a muchas consultas?

Poco a poco comenzaremos a tener conversaciones con la tecnología de manera más natural. En lugar de depender del teclado y de la mecánica de ingresar datos en una hoja de cálculo, podremos interactuar verbalmente con nuestros dispositivos. Imagina hacer preguntas como “¿cuál es la columna más importante?” o “¿qué precio tiene este producto?” y que la IA lo resuelva de inmediato. Este cambio implica que empezaremos a dialogar con agentes sintéticos, representaciones digitales que simulan ser humanos. Aunque no sean personas reales, su apariencia y comportamiento nos harán sentir que estamos hablando con alguien. Estas interacciones ayudarán a comprender y resolver problemas de forma más intuitiva y eficiente. Sin duda, estamos acercándonos a un futuro donde la tecnología y la comunicación se fusionarán, transformando nuestra relación con el trabajo y la productividad.

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