Sabemos que no debemos bajar los brazos. Que sigue latente la adversidad de un virus que va mutando y nos desafía constantemente con nuevas cepas mucho más peligrosas. Es un presente dramático, pero también debemos pensar en el futuro.
Alguna luz aparece en el horizonte. Las últimas estadísticas oficiales de actividad económica están dando señales bastante alentadoras de una calma en las agitadas aguas de la pandemia.
El aumento del 35% de las ventas por motivo del día del padre respecto del año pasado y otras señales de leve tendencia positiva en algunas industrias dan cuenta de un reflejo alentador.
Y al INDEC al cual le creemos cuando nos certifica una inflación alta, también debemos creerle cuando nos informa de algún repunte positivo. Claro está que se hace la comparación con un año como el 2020 que, por su cierre por razones sanitarias, constituyó un piso histórico.
No obstante, tales índices constituyen una poderosa vitamina para el optimismo, que no es sólo un estado de ánimo, sino un insumo más que potente para reactivar, recuperar y desarrollar negocios productivos, recreando la economía, recuperando empleo y mejorando el consumo.
Se trata de aquel optimismo que tuvieron los otrora soñadores y hoy empresarios, que es convocado nuevamente a manifestarse en todas sus modalidades. En el caso de quienes ocupamos responsabilidades en entidades gremiales empresarias ya lo venimos manifestando, porque hay que mantener firme la esperanza y dar una batalla titánica en materia de contención.
Tal contención se demuestra y se seguirá demostrando en nuestra voluntad desde CEPBA y las demás entidades hermanas (UIPBA, FEBA y ADIBA) en peticionar con fuerza a los distintos niveles del Estado para obtener ayuda en reducciones impositivas, fomento a las exportaciones, la mayor incorporación de personal para tareas presenciales en fábricas y comercios y la apertura hacia nuevas tecnologías que brinden un salto de calidad.
Sin embargo, otra actividad que debiera tener mucha visibilidad es la constante dedicación por identificar y acompañar a los colegas de empresas y comercios que habiendo cerrado sus puertas o que quieren recuperarse buscan fuerte apoyo entre sus pares.
Ya sabemos que la pandemia operó como un huracán devastador que dejó un paisaje de ruinas. Entre las trágicas consecuencias aparecen siempre sobrevivientes a los cuales se los atiende en la emergencia. La recesión de los tiempos del gobierno anterior causó profundos estragos al aparato económico y la pandemia pretende –tan sólo eso- erigirse en un “tiro de gracia”
En los últimos meses, desde marzo de 2020, el cierre de los mercados y la casi total desaparición de demanda generaron el cierre de 30 mil pymes y de 90 mil comercios. En tanto, desbordan los concursos, convocatorias de acreedores y potenciales quiebras. Es allí donde la asfixia causada por las gigantescas deudas esmerila el sueño del negocio propio y remonta a muchos a etapas pretéritas de ese sueño.
En este país y en esta situación tan dramática no nos podemos dar el lujo de darnos excusas para bajar los brazos. A situaciones excepcionales les deben corresponder respuestas excepcionales. Las respuestas deberían mantener la dimensión de marzo de 2020 con el Ingreso Familiar de Emergencia, ATP y planes REPRO en su máximo esplendor y sin tanta selectividad.
Esto es una forma perdurable y sustentable de poner plata en el bolsillo a la gente porque recupera inversión, stock, demanda y empleo de calidad. Pedimos que haya un cambio de cultura con respecto a la excepcionalidad que no termina de asentarse o directamente observa rechazos, como si nada hubiera pasado.
Mientras tanto, desde el empresariado continuamos monitoreando los pequeños y grandes déficit financieros y funcionales de todo el aparato productivo. Ofrecemos al respecto un fraterno contexto de escucha y nos asumimos como enlace válido con las autoridades a las cuales debemos convencer de la urgencia en acudir con la máxima ayuda posible al pequeño y mediano empresario y al comerciante que quieren seguir trabajando aún con miles de obstáculos que aún se le presentan.
Queremos apoyar y recuperar a quienes cerraron o quienes están en riesgo de padecer esta terrible situación. Hay un fuerte compromiso ético de nuestra parte. No nos podemos dar el lujo de prescindir del valioso aporte de quienes desean ser protagonistas del entramado productivo y fueron víctimas de un violento imprevisto que hizo trizas su presente.
Generaciones enteras que bien podrían escribir antologías de ejemplares historias de vida – que invirtieron y pagaron en tiempo y forma sus impuestos y salarios-, no pueden esfumarse como si nada hubiera ocurrido. Realmente, en épocas de bonanza, las cosas positivas ocurrieron. Se generó riqueza, se fomentaron poblaciones alrededor de una empresa y los empleados también dejaban sus puestos laborales a hijos y nietos.
Ahora, ante este dramático cuadro, no podemos hacer otra cosa que los máximos esfuerzos para recomponer la cadena de valor. Por ejemplo, en el rubro alimenticio fortaleciendo el circuito económico desde las distintas plantas fabriles hasta las góndolas, por supuesto, de almacenes y autoservicios bonaerenses.
Es tiempo de persistir en el máximo esfuerzo y en la máxima perseverancia. La contención, así como también la articulación con el Estado para lograr las mejores recetas de recuperación no son conceptos vacíos de contenido. Son principios rectores que no se pueden eludir en una etapa tan especial que viven lo bonaerenses y los argentinos, quienes reclaman prosperidad y dignidad.
Por Guillermo Siro, presidente de la Confederación Económica de la Provincia de Buenos Aires (CEPBA).