Se podría decir que el gobierno venía teniendo una semana bastante positiva… hasta que apareció el Senado, donde pasó lo esperado: perdió 2 a 1. Avanzó con la boleta única de papel -que tiene que volver Diputados- pero se cayó el DNU de la SIDE y le impusieron el financiamiento universitario (otra vez va necesitar al Dibu para que ataje un penal si veta).
El primer éxito fue la confirmación del veto presidencial al proyecto de jubilaciones. No fue un gol, es verdad, sino un trabajo de arquero eficiente -como ocurrirá varias veces en el futuro próximo- pero hay que ponerlo en perspectiva: a) la debilidad propia de la cual parte, b) si un arco se vuelve imbatible, eso desalienta al adversario y c) es otra vuelta de tuerca al aprendizaje sobre pragmatismo que el oficialismo había demostrado con la Ley Bases. Dichos aprendizajes no necesariamente son definitivos, pero agilizan los músculos.
El segundo punto fue que cierta modificación en la operación política logró fisurar al radicalismo, exponiéndolo negativamente y confirmando que parte de la oposición dialoguista será realineada en función del eje a favor / contra Milei. Una nueva mesa en la que se sentó Pato puede equilibrar el poder omnímodo de “le enfant terrible” San-diablo-tiago. No es menor porque eso implica un reconocimiento político especial (dedicado al calabrés que lo mira por TV). Por cierto -y no es casual- la UCR de la PBA va a internas partidarias dividida por aquel clivaje de mayor o menor cercanía al oficialismo. Los lejanos en este caso reciben la venia de Lousteau y Manes. En el Congreso estuvo claro que los gobernadores tienen que “parar la olla” y no se pueden dejar llevar por matices ideológicos, ni “viejos troncos radicales”.
El tercer éxito tiene que ver con los gestos desde los EE.UU. A saber, dos en esta semana sobre temas claves: 1) el pedido del gobierno americano a la jueza de la causa YPF para que no avance en la entrega de acciones de la empresa hasta después de la elección en ese país; 2) el corrimiento de Rodrigo Valdés en las negociaciones de la Argentina con el FMI. Eso no significa que el organismo le dé en bandeja todo lo que piden Milei y Caputo, pero es un gesto sustantivo.
A esta novedad llamativa del Fondo, se sumaron los rumores respecto a que Argentina podría atravesar 2025 sin un nuevo acuerdo, el anterior termina a fin de año. En la práctica significa que nos dan un “año sabático” sin cumplimientos trimestrales, de modo que eso le permite al Presidente hacer campaña sin tanta restricción fiscal y luego negociar un acuerdo de facilidades para 2026. Con este escenario gana un valioso tiempo, se concentra en el tema inflación y con un eventual triunfo en la elección de medio término, va a Washington DC a discutir con más hándicap. De esa manera conjuraría el fantasma del final de De la Rúa: que allá en el norte le suelten la mano. Plata no habría, pero lo dejarían hacer su juego sin presiones.
El cuarto aspecto positivo son algunos indicadores económicos. Se detuvo la destrucción de empleos, va mejorando en los últimos dos meses la venta de combustibles, hay rebote en la industria y la construcción en la medición intermensual, se van incrementando los depósitos en dólares vía blanqueo, la capacidad instalada en julio fue más alta que en junio (todas las ramas mejoraron, aunque con porcentajes dispares) y el dólar blue afloja. Not bad. Pero claro, la inflación sigue conjugando la tabla del 4, el indicador núcleo subió y como dijo el ex viceministro de Caputo, ahora va a costar mucho que haya un descenso pronunciado. Otras negativas son que el sector PyME sigue cayendo, que crece la cantidad de argentinos que viaja al exterior, que tuvimos déficit financiero en agosto y que vamos en negativo con la acumulación de dólares en septiembre (lo que miran los mercados).
Aunque suene una herejía, la quinta buena noticia para el gobierno es la existencia de Cristina. Primero, porque tiene con quién pelearse (como Macri!) para jugar a dios y el diablo. No tiene mucho sentido subirle el precio a Kicillof, cuyo destino político es incierto. Segundo, porque ella misma hace el trabajo sucio de obturar una regeneración peronista, de modo que le permite alinear fichas de ese campamento (Jalil, Jaldo ¿todos los que empiezan con J?). Tercero porque, aunque muy pocos se den cuenta, la jefa está proponiendo una Moncloa sobre varios temas, entre otros el laboral, desde el 14 de febrero de este año. ¿Cómo?
Ese día Cris tuiteó un documento sobre el devenir del nuevo gobierno, pero además propuso 15 puntos que en cierta medida es una revisión ideológica de sí misma. Ahí habló de un “plan de actualización laboral”, que no es otra cosa que una reforma laboral tomando nota de que el mundo cambió. Lo volvió a repetir hace una semana y despertó la ira de algunos referentes sindicales. Esa nueva alusión le permite a CFK volver a cuestionar a unos personajes que siempre detestó: los líderes gremiales, sobre todo la CGT. Hace varios años atrás dijo, ácidamente, “la columna vertebral de no sé qué cosa”. En buen criollo: esos tipos ya no representan nada. Mucho menos hoy. La pregunta obvia es que haría un acuerdo ¿a cambio de qué?
Las buenas noticias terminan ahí porque las quejas sobre el león crecen entre aquellos que le dan una mano, acordando cosas que luego no se cumplen. En códigos políticos, este oficialismo sería “un mal pagador”. Como siempre, cuando las cosas parecen ir bien, todo el mundo rinde pleitesía. Pero en este país las crisis son un fenómeno muy natural y habitual. ¡A tomar nota, dialoguistas!
En el juego de la geopolítica mundial, Argentina forma parte del G-20 y es el octavo territorio más grande del planeta, con un montón de cosas en su subsuelo que son apetecibles. Así es como Trump lo ayudó a Macri y Biden se hizo el boludo con los desajustes de Massa. Y ahora el bueno de Joe decidió no soltarle la mano al “gatito mimoso” (y de paso avisarle que quizá Kamala gane). ¿Por qué hacemos las cosas bien? No, porque Dios es argentino.