Cuándo más nos necesitamos, más nos despreciamos. Quién podría entendernos. Sería difícil encontrar un argentino medianamente informado que no sea consciente de la grave situación que atraviesa el país.
O de la necesidad de aspirar inversiones, incrementar las actividades productivas, crear millones de puestos de trabajo, activar el mercado interno, agregar valor a los productos primarios y aumentar las exportaciones, para oxigenar la asfixiada economía con dólares genuinos.
Sin embargo, todos los días nos encontramos con nuevas señales que evidencian lo opuesto a la posibilidad de alcanzar los consensos que generen las condiciones necesarias para dar seguridad y atraer inversores. Abundan las agresiones, los mensajes violentos, la inseguridad y en la última semana, crecieron las tomas de inmuebles, que hoy alcanzan a 1200 en todo el país.
Escenarios que muestran grupos de argentinos enfrentando a otros argentinos. No es novedoso, siempre hay sectores que eligen jugar con fuego. No son mayoría, pero sus acciones perjudican al conjunto.
Advirtiendo la situación, sociólogos y politólogos reclaman con urgencia una mesa de diálogo multisectorial. Es el camino, pero no resulta sencillo si prevalecen los egos y los intereses personales.
Es difícil imaginar un franco intercambio de ideas cuando no se ocultan las fuertes internas y diferencias dentro del propio gobierno y también en la oposición…además, hay cuatro centrales sindicales, organizaciones sociales que no compatibilizan entre sí, grupos empresarios que se boicotean…
Las palabras pierden valor, la incredulidad y la desconfianza crecen. Decenas de millones de personas que no saben si llegan a cubrir sus necesidades básicas cada semana, están fuera de juego, quedan al margen, cuando además ni siquiera duermen con la tranquilidad de que la ley los asiste.
Cuando llegó la pandemia, soñamos que los argentinos encontrábamos la oportunidad de unirnos para enfrentar un enemigo común. Siete meses después, con 1.070.000 contagios y 28.000 muertes, de aquello sólo quedó la ilusión.
Por estos días, hay quienes rememoran la crisis que adelantó la salida de Raúl Alfonsín o el ocaso del gobierno de Fernando de la Rúa. Algunos van más lejos y recuerdan el Rodrigazo, cuando en 1975, el ministro de Economía, Celestino Rodrigo, para eliminar la distorsión de los precios relativos, impulsó una devaluación del 61% para el cambio comercial y del 50% para el cambio financiero. La tasa de inflación llegó hasta el 777% anual y los precios nominales subieron un 183%. Eso produjo desabastecimiento de gran cantidad de productos esenciales, entre ellos alimentos, combustibles y otros insumos para transporte.
El vínculo que encuentran es la desesperanza colectiva, la caída de credibilidad y la falta de expectativas.
La experiencia debe apreciarse para evitar cualquier posibilidad de revivir esos traumáticos momentos. Vernos como enemigos, no resuelve nada.
La suba del dólar paralelo, tras sucesivos intentos por evitarla, hizo que la brecha entre el valor oficial y el blue llegue al 150% y las reservas del Banco Central sigan en rojo. Pero veamos una curiosidad.
El economista argentino, Fernando Marull hizo un trabajo basado en un estudio del departamento del Tesoro y la Reserva Federal de EEUU, que rastrea el alcance del billete americano a lo largo y a lo ancho del mundo. Conclusión: 130 mil millones de dólares están en colchones, cajas de seguridad y depósitos bancarios argentinos y otros 100 mil millones se guardan en el exterior. Es decir, 230 mil millones de dólares pertenecen a compatriotas nuestros.
Más impactante es saber que toda la base monetaria en pesos equivale a 30 mil millones de dólares. Significa que tenemos en dólares, en el país, más de 4 veces nuestra propia base monetaria.
Esto prueba que el país produce y viene pésimamente administrado desde hace varias décadas, porque esos recursos se generaron aquí, se concentran en pocas manos y no se invierten.
El momento es crítico, pero estamos a tiempo. No se trata de esperar un milagro. Alcanza con que la dirigencia asuma con humildad la responsabilidad conferida y entienda que los slogans deben revalidarse en hechos.
Distintas voces han repetido hasta el cansancio que de esta crisis tenemos que salir todos juntos.
Es lo que queremos la mayoría, que las cosas salgan bien. Porque sobradamente sabemos cómo sigue la vida de los políticos cuando fracasan y quiénes terminan pagando los costos.