La desaceleración de la economía de China continúa generando un debate casi permanente sobre el futuro del gigante asiático y aviva cada vez más preocupaciones por las consecuencias que puede entrañar su debilitamiento industrial, comercial y financiero sobre el conjunto de la economía mundial.
Poco a poco, los números del crecimiento chino van perdiendo relevancia en los análisis de los economistas y expertos internacionales, ya que el ritmo de aumento del PIB del presente año se ubicará por debajo del 7%, con tendencia descendente para 2017, haciendo sentir su impacto de lleno en el comercio mundial y en la economía interna.
La importancia que ha adquirido China a escala global, tanto como país receptor de inversiones productivas y financieras como de gran exportador de bienes, servicios y capitales, hace que sus dificultades repercutan de manera directa e indirecta en todas las regiones económicas del planeta.
El caso más claro a nivel de los países emergentes es el de las materias primas cuya demanda por parte de China, en primer lugar, fomentó y desarrolló la fase de auge de los precios de las commodities en los últimos 12 ó 13 años, y que ha llegado a su fin con la desaceleración económica de la nación asiática.
Pero, a la inversa, el ocaso económico de Estados Unidos a partir de la crisis que estalló en ese país en 2007, así como su extensión y profundización en Europa a partir de 2008-2009, ha derivado en una fuerte caída de la demanda de los productos industriales de China que ha terminado por afectar seriamente al sector más dinámico de este país.
Para agravar esta situación, las graves crisis que golpean a los grandes emergentes como Rusia y Brasil cuyos PIB están retrocediendo a razón del 3% ó 4% en los últimos dos años, y a otros de menor tamaño como Venezuela y otros del Sudeste asiático, hacen recrudecer las dificultades de la producción china.
En este contexto, las empresas chinas, que lograron sortear los límites impuestos por la crisis mundial en base a la gran inyección de liquidez del banco central, se encuentran ahora con un altísimo y creciente nivel de endeudamiento que choca con el descendente ritmo de la producción y de las exportaciones.
Esa deuda, contraída con los bancos estatales de China, está siendo objeto actualmente de una seria discusión para evitar una súbita contracción de la producción que haga evidente la incapacidad de pago de las compañías y por eso surgen propuestas de cambiar deuda por acciones. Esto es, que los bancos acreedores pasen a ser accionistas de las empresas.
En tanto las tasas de inversión crecen a un ritmo del 45% del PBI y éste lo hace a menos del 7%, la eventualidad de un freno es posible y la única respuesta que se visualiza para impedir una mayor y abrupta caída industrial es que el Estado abulte su déficit fiscal y siga adelante con su política monetaria laxa.
Claro que, llegados a este punto, esto significaría una depreciación del yuan mayor a la actual, lo cual favorecería las exportaciones hasta cierto punto, aunque provocaría, por otro lado, una aceleración de la fuga de capitales que en 2016 superaría el billón de dólares sobre unas reservas actuales de 3,2 billones.
De momento, la demanda interna y externa de productos chinos se ha resentido pero no ha enfrentado una situación de frenazo o colapso, pero la evolución actual de los mercados en el mundo podrían crear un cuadro de ese tipo, acelerando las tendencias deflacionistas que amenazan desde hace dos años a la economía de los países desarrollados.
En este sentido, cobran sentido las advertencias lanzadas hace pocos días por la directora-gerente del FMI, Christine Lagarde, ante el Foro de Desarrollo de China, al referirse a la importancia de una toma de decisiones conjuntas de los países a la hora de enfrentar la crisis económica global.
“La integración global creciente provoca un mayor potencial para los contagios, a través del comercio, las finanzas o los efectos de confianza. Mientras la integración continúa, una cooperación efectiva es crítica para el funcionamiento del sistema monetario internacional. Esto requiere la acción colectiva de todos los países”, explicó Lagarde.
Bien mirado, la reflexión de la titular del Fondo Monetario no iba dirigida sólo a la cuestión de la globalización monetaria y financiera sino que, a través del problema que plantea la integración de China en este aspecto, a lo que apuntaba es a cómo manejar y conducir la “cuestión china” en el contexto de una crisis mundial que incluye a todas las regiones del planeta y a todos los sectores de la producción. El debate continúa.