Una incógnita que viene a reemplazar a una mala certeza es una buena noticia. Despejada, podrá adquirir un signo negativo, pero por sí misma anticipa la posibilidad de un cambio. Esa nebulosa encierra Podemos, al mismo tiempo incógnita, síntoma y posibilidad.
La aparición y crecimiento de Podemos en España no encuentra explicación en la genialidad de un grupo de politólogos. Su causa es un nuevo espectro que recorre Europa y del que no se suele pronunciar su nombre. Como si no hacerlo fuera una manera de conjurarla. La crisis estructural del capitalismo, que se está desarrollando de manera cíclica y ampliada desde 1973, tiene en esta etapa particular impacto sobre Europa; y dentro del continente, sobre su periferia.
Es imposible un “capitalismo keynesiano” tanto como lo es un “capitalismo neoliberal”. Keynesianismo y neoliberalismo son dos formas alternativas y complementarias para la gestión del modo de producción capitalista.
El keynesianismo sin neoliberalismo -tanto como el neoliberalismo sin keynesianismo- culmina en desequilibrios profundos, que su complementario (no su opuesto) viene a sanear. Ambos son necesarios para reequilibrar con uno los desequilibrios que produce la aplicación continuada del otro.
Luego de un programa keynesiano, si se quiere permanecer dentro del capitalismo hay que aplicar con necesidad uno neoliberal, para desalentar la producción y evitar el colapso. Eso es lo que hace el neoliberalismo: elimina lo que sobra.
El mercado común y el euro son los instrumentos para realizar el saneamiento a escala europea. La “competencia” en un mercado ampliado – no nacional- y una moneda sobrevaluada –el euro- garantizan que la supervivencia sea imposible para las empresas más ineficientes. Eliminando medios de producción excedentes de alto costo y bajo beneficio se restablece el equilibrio. Quiebras, fusiones y absorciones por monopolios mayores son la forma concreta que adquiere este proceso.
Al realizar esta tarea a escala europea, esa eliminación ocurre principalmente en las economías más ineficientes, en la periferia del viejo continente. La contracara de este proceso es que los beneficios se producen en las economías más eficientes, principalmente en Alemania.
Eliminar los derechos adquiridos bajo el estado benefactor (es decir de la institucionalización del keynesianismo) es otro paso necesario para el saneamiento sistémico.
La consecución de esos objetivos por parte de los gobiernos nacionales y de las autoridades europeas tiene un impacto social negativo para la mayor parte de la población. Más temprano que tarde el impacto se traduce al terreno político como pérdida de legitimidad de la institucionalidad toda y muy principalmente de los partidos políticos encargados de aplicar esos planes.
Ese contexto explica la aparición de Podemos en España; y su realización a escala ampliada europea es la condición de posibilidad del triunfo de Syriza en Grecia, del retroceso que experimentan las fuerzas tradicionales en la mayoría de los países europeos y de la emergencia de nuevas fuerzas de ultraderecha, que con buen tino señalan a la Eurozona como origen de todos los males.
La destrucción iniciada en el último quinquenio de los sistemas políticos europeos que conocemos es producto de este proceso. Como ese proceso impacta más profundamente en la periferia del continente, es allí donde encontramos sus efectos más notables. Tarde o temprano impactará también en el centro europeo.
En el caso concreto de España, lo que empieza a caer es el ordenamiento sociopolítico surgido del Pacto de la Moncloa, que a su vez buscaba prolongar en democracia las relaciones de fuerza a escala social surgida de la derrota militar de la República frente al fascismo.
Es ese proceso multidimensional el que explica a Iglesias, Errejón y Monedero, y no su genialidad la que alumbra a Podemos. Podemos es una buena noticia, porque es un síntoma que anticipa la posibilidad del cambio, porque es una incógnita que se empieza a develar.
Por Pablo Gandolfo
27 de abril de 2015