Un año y medio atrás, Marcos Galperín –fundador y CEO de Mercado Libre– exponía en Twitter un decálogo de lo que más le atraía de Uruguay, país que eligió para vivir una vez que abandonó Argentina. El punto 7 era, de alguna manera, clave desde el punto de vista de un empresario exitoso: le daba –y todavía le da– la tranquilidad necesaria para proyectar la inversión y planificar el futuro del imperio que construyó de cero y que hoy es un gigante en América. Pero hoy, en este newsletter, no quiero hablar de Galperín. Él es el punto de partida. Un botón de muestra de lo que pasa cuando los países son inestables no por cuestiones externas o inesperadas –una guerra, un fenómeno natural devastador, un problema global– sino por incapacidad, por corrupción, por costumbre: los buenos, los que ponen la plata, los que invierten, los que pagan en definitiva se van.
Ya me habrán escuchado o leído decir esto muchas veces: la inestabilidad política provoca inseguridad jurídica.
Cuando hay inseguridad jurídica, los capitales (los ricos, los que invierten, los que construyen, los que producen), huyen. Porque nadie quiere vivir encerrado en un lugar sin salida. Nadie. El capital, se sabe, es mimoso: va donde lo cuidan, donde lo protegen. No donde lo maltratan, donde lo acusan, donde lo expropian, donde lo ahuyentan.
Argentina, un país que, por recursos naturales, por ubicación geográfica, por tamaño, por capacidad de su gente podría ser potencia regional, mira cómo sus vecinos son elegidos para producir, exportar y vivir, porque no cuenta con esa condición que el líder de Mercado Libre señala como claves de una realidad uruguaya que atraviesa años y gobiernos.
Desde ya, Uruguay no es el único país con esas condiciones y por eso tampoco es el único país elegido para familias que quieren mudarse o empresas que quieren radicarse. Ocurre también con Estados Unidos, España, Panamá o Portugal, por citar otros de los más elegidos; ninguno de ellos está en Sudamérica.
Lo que ocurre con Sudamérica, con Latam en general, es que las condiciones varían de un extremo a otro de acuerdo con el signo político del gobierno. Pasa en Argentina. Pasa en Ecuador. Pasa ahora en Chile. Pasó en Brasil. También en Perú. Pasará en Colombia. Y pasará, también, cuando Venezuela sea liberada del chavismo. Cada uno de esos países, cuando son gobernados por la izquierda populista, por la falsa idea de la redistribución de la riqueza a costa de excesivos pagos de impuestos y riquezas de familias y empresas exitosas, se convierten en enormes sitios carcelarios donde los individuos prácticamente viven para pagar hipotéticas condenas: son señalados como culpables de la incapacidad de los gobiernos por no poder administrar sus recursos y sometidos a la presión fiscal.
Y pagan.
Y pagan.
Y pagan.
Y como no hay solución, siguen pagando.
Y pagan. Cada vez más.
Hasta que alguien enciende la voz de alerta. Y ve una ventana tras las rejas. Otro país. La libertad.
Y no se trata de no pagar impuestos, sino de sentirse libres de vivir como uno quiera de acuerdo con sus capacidades y posibilidades. Sin molestar a nadie.
Escapar de la presión fiscal es, de alguna manera, salir de una prisión fiscal.
Ojalá alguna vez los gobiernos lo entiendan. Necesitamos menos prisiones fiscales y más espacios de estabilidad legal, física y jurídica. Seguros. Y donde prime la libertad.
Hay otra manera de ver la vida y de vivir.