La inflación de marzo alcanzó a 7,7% y a partir de este dato acumula en los últimos 12 meses, 104,3%. Esta situación, motivó que el economista Jefe de la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de Argentina (FADA), David Miazzo, lidere un estudio sobre el aumento de precios en los supermercados. El trabajo hizo foco especialmente en lo que respecta a los alimentos y bebidas y su relación con la pérdida de valor del peso.
En diálogo con Ser Industria Radio, el especialista explicó que es la herramienta bautizada como “changómetro”. El informe compara la cantidad de dinero necesaria para comprar actualmente los mismos productos y cantidades que en diciembre 2017, cuando comenzó a circular el billete de $1000.
Además, analizó la incidencia de las principales causas que, a criterio del Gobierno Nacional, impulsan y justifican la inflación: la guerra de Ucrania y Rusia y la sequía. En ese sentido, definió cuán válidos son.
Estudiaron la relación entre la inflación, el peso y la compra de alimentos y bebidas desde 2017 al presente. ¿A qué conclusiones llegaron?
Para hacerlo comprensible, el “changómetro” es una herramienta que nos permite ver los datos de inflación de una manera diferente y entender la pérdida de valor de la moneda. Se trata básicamente de comparar cuánto necesitamos hoy para comprar lo mismo que comprábamos con una determinada cantidad de dinero en el pasado. Por ejemplo, los alimentos y bebidas que en diciembre de 2017 comprábamos con $1000, hoy cuestan casi $13.000, exactamente $12.650. Este fenómeno no se limita solo a los alimentos, sino que sucede en cualquier rubro. Por ejemplo, si comparamos con la ropa y calzado, necesitaríamos $13.676 para adquirir lo que comprábamos con $1000 en diciembre de 2017. En resumen, se trata de un problema que afecta a la economía en general.
¿La dinámica cotidiana nos hace perder la noción de pérdida del poder de compra que sufrimos?
Sí, es cierto que la dinámica de pérdida de valor de la moneda en Argentina es difícil de percibir en el día a día. Sabemos que los precios suben, pero cuando miramos los datos a lo largo del tiempo, podemos comprender la dimensión del problema. Por ejemplo, si observamos los precios de alimentos y bebidas, necesitamos hoy cerca de 13 veces más pesos que en diciembre de 2017 para comprar lo mismo. Este fenómeno no se limita a un sector específico, sino que afecta a la economía en general. En Argentina, no tenemos un problema de precios, sino que la moneda pierde valor constantemente. Esto se ve reflejado en la necesidad de imprimir billetes de mayor denominación y en la importación de billetes, como el caso del anunciado billete de $2000. La inflación en Argentina es un síntoma de la misma enfermedad: la pérdida de valor de la moneda.
Desde otro punto de vista, ¿esto se refleja en el volumen de las compras personales?
En lo que respecta a las compras en general, se pueden observar varias tendencias. En primer lugar, hay un aumento en el consumo de segundas y terceras marcas. Esto se debe a que la gente trata de seguir consumiendo las mismas cantidades de alimentos, pero reduciendo la calidad o la marca. Se puede ver claramente en los supermercados, donde marcas que antes tenían poca participación en las góndolas hoy tienen una participación mucho mayor.
¿Qué pasa en los comercios de proximidad?
Este fenómeno también se observa en las carnicerías y verdulerías. En el caso de las carnicerías, se consume menos carne vacuna y más carne de cerdo y pollo, que son naturalmente más baratas. En las verdulerías, se dejan de consumir algunas frutas y verduras más caras y se consume más exclusivamente lo que está de temporada y es un poco más económico. Son las estrategias que tiene la gente para tratar de seguir llenando el plato de comida, pero de manera más económica. Por otro lado, la gente también ha comenzado a fraccionar más sus compras. Una compra limitada de supermercado puede fácilmente juntar entre 20 y 30 mil pesos, lo que lleva a que mucha gente, sobre todo aquellos que no tienen ingresos fijos, fraccione sus compras para poder hacer frente a los gastos de manera más sostenible. Esto lleva a un aumento en el consumo en negocios de cercanía, en detrimento de los supermercados e hipermercados. Aunque esto puede ser más conveniente, los precios suelen ser un poco más altos.
¿La suba de precios es consecuencia de la guerra entre Ucrania y Rusia?
El argumento de la guerra es inválido, ya que, si uno mira los impactos de la guerra, se ve que afectó principalmente a los precios internacionales de los granos y al combustible Ambas cosas han vuelto a niveles pre-guerra. Por lo tanto, el impacto en los alimentos ya no existe. Incluso cuando la guerra tuvo un impacto, este fue muy limitado, como en el caso del precio del trigo, que solo representa el 13% del precio final del pan. Por eso, no explica una inflación del 7% mensual.
¿Y la sequía?
Tampoco tiene que ver, ya que afectó principalmente a la soja, maíz y trigo, pero no se han visto subas de precios por encima de los niveles de los mercados internacionales en ninguno de estos productos. En el caso de la carne, la sequía ayudó a que la inflación sea más baja, ya que los productores han tenido que vender el ganado por falta de pasto, lo que ha generado una mayor oferta y mantenido el precio de la carne por debajo de la inflación. En el caso de la leche, puede haber un impacto productivo, pero los precios han seguido al ritmo de la inflación promedio. Ni la guerra ni la sequía explican los niveles actuales de inflación.
¿Cómo se explica que Ucrania, que hace más de un año está en guerra, tiene menos inflación que nosotros?
Eso muestra algo muy claro, que nosotros tenemos una inflación autogenerada. Uno comienza a buscar argumentos y en realidad, cuando se escarba un poco, no hay nada que explique la inflación. Lo que está pasando en Argentina es que el peso pierde valor muy rápidamente.
¿Por qué?
Primero, porque no dejamos de imprimir pesos. Estamos hablando de que ya no nos alcanza ni siquiera con nuestras impresoras, tenemos que estar importando billetes al ritmo que necesitamos imprimir. Eso, sumado a las transacciones electrónicas, que ni siquiera necesitan los pesos, hace que la emisión monetaria física y no física deteriore claramente el valor de la moneda. Además, está la confianza, ya que el peso, el dólar y el real son papel impreso básicamente. Para que tengan algún valor, requieren que haya confianza en el país, en el futuro económico y en el Banco Central. Y aquí hay una desconfianza creciente. Mientras más incertidumbre haya, más desconfianza se ve. Los números de gasto público, por ejemplo, son un tema central para estabilizar el valor de la moneda. Vemos que en este primer trimestre ya incumplimos la meta con el FMI. Las altas metas de gasto exigen un alto nivel de emisión monetaria, lo que deteriora aún más el valor de la moneda. Por lo tanto, tenemos todos estos factores que hacen que el peso pierda valor muy rápidamente.
Lógicamente que lamentamos toda guerra, pero su extensión en el tiempo parecer abrir una oportunidad para exportar. ¿La estamos desaprovechando?
Sí, es cierto. De hecho, si miramos los impactos en los precios del año pasado, como te comentaba anteriormente, Argentina resultó más beneficiada que perjudicada. Esto se debe a que el impacto positivo de las exportaciones agropecuarias fue mayor que el negativo de las importaciones energéticas. Además, Ucrania y Rusia también son importantes productores agrícolas, especialmente Rusia en el caso del trigo y Ucrania en el caso del aceite de girasol y maíz. Por lo tanto, si hay un conflicto en esta región que afecta al mercado de verano, sería una buena noticia para Argentina, aunque obviamente nadie desea un conflicto. En resumen, mirando los impactos, estos terminan siendo más positivos que negativos. Algo similar ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo necesitaba alimentos y Argentina pudo producirlos.
¿El deterioro del poder de compra en algún momento podrá revertirse?
Lamentablemente es probable que empeore antes de poder mejorar.