Si miráramos con ojos inocentes nuestra realidad podríamos decir que Argentina es un país tan curioso, que no deja de sorprender por su gente por la generosidad que tiene a la hora de destinar recursos a los bancos y a los intereses extranjeros.
El 1 de julio de 1824 se produjo el Primer Endeudamiento Internacional. Ese día el gobierno de Martín Rodríguez, con la ayuda de su ministro, Bernardino Rivadavia, gestionó ante la Baring Brothers, un empréstito por 1 millón de libras esterlinas para realizar obras portuarias y de urbanización.
El cruce del Océano Atlántico, le costó tan caro al gobierno que a sus arcas llegaron tan solo 570 mil libras. Los trabajos proyectados no se concretaron y el préstamo terminó de pagarse en 1904, bajo la presidencia de Manuel Quintana, con los correspondientes intereses.
Hoy, 196 años después, nuestro país está nuevamente endeudado. El gobierno de Alberto Fernández heredó esta gravísima situación. Al asumir, el nuevo Presidente dio prioridad a la negociación con los acreedores procurando evitar el default.
Con los efectos globales de la pandemia, el acuerdo, a cuyo término se delineará el plan económico, se dilata entrando ya al octavo mes. Repasemos: deuda + negociación + pandemia. Son los obstáculos que hay que superar para reactivar la economía.
Todos tenemos que colaborar y lo estamos haciendo.
Pero, cómo dijimos, Argentina o más precisamente sus autoridades, no sólo las actuales, no dejan de sorprendernos.
Hace pocos días un Consejo Interministerial relanzó el programa Pampa Azul. Ambicioso, interesante y estratégico. Creado en 2014 e injustificadamente frenado por la gestión de Cambiemos. Destinado a fortalecer, modernizar y expandir las infraestructuras de investigación, impulsar tecnologías para la exploración y explotación de los recursos marinos y promover la formación de recursos humanos en las disciplinas científicas afines. Nuestro país, recordemos, tiene 8500 kilómetros de costa fluvio- marítima, un espacio muy grande para investigar y desarrollar.
Y cuando nadie lo esperaba, nos enteramos que el ministerio de Defensa negocia la compra de un Buque Polar, que actualmente está al servicio del Programa Antártico de Australia, botado en 1989 y valuado en más de 2 millones de dólares. Es curioso porque si bien el ministro Agustín Rossi, había anunciado la intención de contar con un barco de esas características, la diferencia es que en su momento dijo que sería construido por los astilleros Tandanor y Río Santiago, por la postergada industria naval nacional.
Además, es importante recordar que la UTN Regional Buenos Aires, en 2019, fue premiada por la Sociedad Internacional de Arquitectos e Ingenieros Navales, por el diseño de un Buque Polar capaz de operar en complemento con el rompehielos Almirante Irizar.
Este dato no es menor en medio de una cuarentena que va cumplir por lo menos 120 días en el AMBA, con una economía crítica, a la que ningún dólar le puede resultar indiferente y un horizonte preocupante.
Mientras tanto en el mismo país, se extienden las manos solidarias. Desde los clubes de barrio, instituciones religiosas, asociaciones civiles con aporte de empresarios, productores, sindicatos o las ollas populares de las ONGs.
Esto sí que no es sorpresa. Ha pasado otras veces y vuelve a pasar. La gente de buena voluntad, no especula, no sabe de grietas, ni odios. No duda en aportar lo que puede para calmar el dolor del otro. Porque la mayoría, alguna vez tropezó, se cayó y alguien le extendió la mano para ayudarlo a ponerse de pie.
Este contraste, que no es novedoso, no lo debemos olvidar, no lo debemos olvidar. Porque en Argentina, en todos los países y en todos los tiempos, los verdaderos cambios, surgieron desde la base de la sociedad. Y así, siempre será.