Si llegáramos de repente a la Argentina y nos encontráramos con los últimos anuncios en materia económica, no podríamos imaginarnos lo que pasaba hace apenas tres o cuatro semanas.
Sólo se hablaba de crisis, angustias, tensas negociaciones con el FMI, los riesgos de la llegada de la variante Delta, más contagios y muertes por la pandemia.
Como “por arte de magia” todo se trasformó. Quizás alguien recuerde cuando el Jefe de Gabinete dijo en el Congreso que no se compraron más vacunas por falta de recursos, a pesar de que el cuidado de la salud era prioritario y postergaba todo lo demás, incluso la economía, a costo de tener más pobres. A qué punto habíamos llegado para no poder acudir en defensa de la vida con la medicina recetada a nivel global por falta de dinero.
Sin embargo, el calendario nos introdujo en el terreno de los tiempos electorales y pasamos rápidamente de la agonía al éxtasis de las arcas públicas.
En las últimas jornadas, se supo que el Estado inyectará más de 700 mil millones de pesos para aumentar los salarios de estatales, otorgar bonos, planes, subsidiar el consumo de energía, créditos a 30 meses para comprar electrodomésticos, financiamiento a tasa 0 para monotributistas, entre otras medidas. También se reabren las negociaciones prioritarias. Parece ser intrascendente que, en siete meses, superamos el 29% de inflación previsto para todo el año.
De todos modos, salvo por el contexto de pandemia, no podríamos decir que estamos ante algo nuevo. Hicieron prácticamente lo mismo otros gobiernos, incluso el de Mauricio Macri, cuando se acercó la hora de las urnas. Podríamos hablar de maquillaje, apego al cortoplacismo o “magia electoral”.
Los gobernantes sacan billetes de la galera y sabemos que los magos son ilusionistas, hacen trucos, nos engañan. Nos ocultan la verdad para distraernos y ganar nuestra admiración.
Los ciudadanos, después de haber ido tantas veces a votar, tenemos que aprender a no confundirnos. No superamos ninguna crisis, ni tenemos una economía floreciente. Seguimos teniendo un estado deficitario y muchas deudas, sobre todo en el aspecto social, porque lo pobreza crece, el consumo no repunta. En julio los aguinaldos mayoritariamente se usaron para pagar deudas y siguen bajando las compras con tarjetas de crédito.
Ya hemos dicho aquí que en Argentina a la dirigencia política le entusiasma y le interesa más ganar elecciones que gobernar bien.
En estos meses la realidad ratifica ese concepto, lamentable, desgastante, agotador.
Nos llama a preguntarnos también sobre la falta de ideas y la insistente repetición de decisiones que nos alejan de lo que la mayoría queremos proyectar.
Una Nación inclusiva, con educación, trabajo y justicia para todos, principios que tanto se declaman. Que nos permita identificarnos y nos llene de orgullo, con trabajo y una convivencia armónica.
Donde exista confianza para que vengan y crezcan las empresas y no tengamos que entender por qué 8 de cada 10 jóvenes quieren emigrar.
Y donde el dinero que administre el Estado sea genuino, fruto de la producción, no de máquinas impresoras y se reinvierta para generar más empleo y mejor calidad de vida.
Ese momento no parece estar cerca. Los “funcionarios magos”, sin distinción de partidos, porque lo vemos en el gobierno nacional, el de la ciudad de Buenos Aires y otras provincias, están dedicados a hacer campaña con sus candidatos. Parece que ya no necesitan dedicarle tantas horas a la emergencia sanitaria, económica, laboral o la pobreza…
Estas actitudes devalúan a la Democracia y arrastran a la justicia, porque desde la primera magistratura, se dijo afirmó públicamente que infringir la ley no conlleva un castigo penal, es apenas un error.