Javier Milei, el presidente rockstar y economista libertario que sacudió el tablero político argentino, tiene una visión audaz: convertir a Argentina en la próxima Irlanda. Un “milagro” económico al estilo celta, con bajos impuestos, empresas floreciendo y una prosperidad sin precedentes. Pero, ¿es esta visión una solución mágica o un espejismo tentador? Sumerjámonos en el análisis de esta propuesta y su impacto en la economía argentina, especialmente en las PyMEs, a la luz del Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI).
Irlanda, otrora un país rezagado, experimentó un crecimiento económico meteórico gracias a una combinación estratégica de políticas económicas. Impuestos corporativos bajos, una fuerza laboral altamente educada y angloparlante, y un entorno regulatorio favorable a las empresas sentaron las bases de este “milagro”. El resultado: un PIB per cápita que se disparó de 16.922 dólares en 1995 a 94.592 dólares en 2022, según datos del Banco Mundial, y una tasa de desempleo que ronda el 4,4% (Eurostat).
Sin embargo, el brillo del “tigre celta” tiene sus sombras. Su éxito se basa en gran medida en atraer multinacionales que aprovechan los bajos impuestos para optimizar su carga fiscal global. Esto crea una distorsión en las cifras macroeconómicas, ocultando la realidad de muchos irlandeses que luchan por llegar a fin de mes. De hecho, la Oficina Central de Estadísticas de Irlanda (CSO) estima que el PIB per cápita real, sin el efecto de las multinacionales, es de 54.603 dólares, una cifra significativamente menor.
Trasladar el modelo irlandés a Argentina sería como intentar tocar un tango gaita, mantiene la melancolía, pero suena a algo impostado, casi forzado. Nuestras economías son fundamentalmente distintas. Mientras que Irlanda se basa en servicios y alta tecnología, Argentina depende en gran medida de los recursos naturales y tiene una economía más cerrada. Además, arrastramos problemas estructurales profundos, como una inflación galopante, una pobreza que afecta a casi el 60% de la población (INDEC), y una falta de competitividad crónica.
Bajar impuestos exclusivamente a un puñado de grandes empresas, como propone Milei, no solucionará mágicamente estos problemas. Es como dar un festín a unos pocos mientras la mayoría sigue con la panza vacía. Necesitamos un enfoque más integral, que aborde las causas estructurales de nuestras dificultades económicas.
En este contexto, el RIGI entra en escena como una herramienta para atraer grandes inversiones y estimular el crecimiento económico. Sin embargo, su implementación ha generado preocupación, especialmente entre las pequeñas y medianas empresas (PyMEs) que constituyen el motor de la economía argentina.
El RIGI ofrece exenciones y beneficios fiscales significativos a las grandes empresas que invierten en el país, creando una competencia desleal para las PyMEs, que deben lidiar con una pesada carga impositiva. Esto no solo afecta su rentabilidad, sino que también dificulta su capacidad para competir en el mercado internacional, limitando su crecimiento y su potencial para generar empleo.
En lugar de mirar hacia modelos extranjeros, Argentina debería enfocarse en sus propias fortalezas. La economía del conocimiento, que representa el 8% de nuestras exportaciones, es un sector pujante y competitivo. Invertir en educación, ciencia y tecnología, y crear un entorno empresarial más equitativo para las PyMEs, son pasos cruciales para construir un futuro económico sólido y sostenible.
En la era Milei: ¿hacia dónde vamos?
El presidente Milei tiene razón en una cosa: Argentina necesita un cambio. Pero ese cambio no debe ser una copia al carbón de otro país. Necesitamos un modelo económico propio, diseñado a medida para nuestra realidad, que fomente la innovación, la diversificación productiva y la inclusión social. Un modelo que no deje atrás a las PyMEs, sino que las impulse como motores de crecimiento y desarrollo.
La visión de Milei de convertir a Argentina en la próxima Irlanda puede ser inspiradora, pero la realidad es más compleja. Necesitamos un enfoque más pragmático y realista, que tenga en cuenta nuestras fortalezas y debilidades, y que construya un futuro económico próspero y equitativo para todos los argentinos.