Argentina atraviesa uno de los momentos más difíciles de su historia, conducida por una dirigencia política, incluyo a oficialistas y opositores, que día a día erosionan la escasa credibilidad que les queda en el orden interno e internacional.
Personajes adoradores de la fama y el poder, que piensan en el reconocimiento y el bronce, persuadidos de que los grupos de aduladores que los rodean y los actos que arman para aplaudirlos, representan el sentimiento de la mayoría. Movilizan sus aparatos y los trolls en las redes, para hacerse elogios y demostraciones narcisistas.
Son prácticamente los mismos nombres y apellidos que desde hace 30 años viven de los recursos de los ciudadanos, es decir, de los fondos públicos, rotando por los poderes legislativos y ejecutivos, nacionales, provinciales y municipales.
Y es evidente que, en un análisis serio y objetivo, poco queda para discutir sobre la falta de idoneidad y capacidad para gobernar, aunque ellos sean capaces de asumir cualquier área, seguridad, economía, obras públicas, embajadas, siempre bien remunerados. Para calificarlos con el más bajo aplazo, alcanza con mirar el crecimiento de la pobreza, el endeudamiento, que continúa, los niveles de producción, desempleo, el deterioro salarial, el nivel de indigencia que viven los jubilados y el índice inflacionario.
Esta última variable es lapidaria. Estamos con una proyección anual cercana a los tres dígitos y julio registró 7,4%. Quedaron descalificadas las excusas de la pandemia, la invasión rusa y el efecto global, aunque el Presidente insista. El último mes, Venezuela tuvo 5,3%; Chile 1,4%; Perú 1%; Colombia 0,77%; Uruguay 0,77%; Paraguay 0,70%; Bolivia 0,34%; Ecuador 0,16%; Brasil 0,68% y EEUU 0%.
Después de declararle la guerra a la inflación, se sucedieron dos ministros de Economía, que repiten lo que hace décadas vemos fracasar. Acuerdos de precios y salarios, medida que fracasó las 29 veces que se quiso poner en práctica, precios cuidados, carnes cuidadas, control de exportaciones, suba de tasas… Del pasado y el presente surgen los datos incontrastables que invalidan toda perspectiva esperanzadora.
No alcanza con elevar la voz o señalar con el dedo. Hay que trabajar, conocer, no suponer, las necesidades de la gente. Aplicar políticas concretas de austeridad y reducción del gasto público (aunque sabemos que no hay intención) e incentivar la inversión para que crezcan los sectores productivos. Para eso no se necesita mucho, pero es fundamental la voluntad: la política debe gastar menos y meterse sólo en lo imprescindible, bajar impuestos, controlar inteligentemente que se paguen los que correspondan, administrar a favor del interés de todos.
Estamos a días de una nueva conmemoración de la muerte del general José de San Martín, ya sabemos que además de darle la Independencia a Argentina, Chile y Perú, arriesgó su vida en los campos de batalla. Pero, además, ese hombre que está en las plazas montado a un caballo y empuñando un sable, renunció a todos los privilegios, los puestos políticos y murió lejos de su patria amada. Incomprendido, sin propiedades lujosas, ni abultadas cuentas bancarias.
A los que se autopostulan para próceres y patriotas, los invito a mirarse en ese espejo, donde difícilmente puedan reconocerse y a meditar sobre una de las tantas sabias frases que nos dejó el Libertador nacido en Yapeyú:
“La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”.