Hace poco más de cien días todos teníamos planes, proyectos y por qué no, sueños que realizar. Avanzábamos, cada uno en la medida de nuestras posibilidades, hacia la concreción de ellos.
Sabemos que habitamos un mundo de luces y sombras, que los caminos que recorremos nos presentan dificultades, trampas, sorpresas inesperadas, que nos hacen cambiar el rumbo sin abandonar el objetivo.
Porque en todos esos casos, las decisiones que tomamos son personales, individuales.
Pero, el 20 de marzo, en Argentina, las reglas de juego cambiaron abruptamente. Un indeseado visitante, el imperceptible coronavirus, se hizo presente en nuestras vidas.
La pandemia generó la adopción de medidas extremas. Había que protegerse de la amenaza global y salvaguardar vidas humanas.
Esto demandó un gran esfuerzo de toda la sociedad y el Estado es quien administra el fruto de ese esfuerzo, quien toma las decisiones. Sanitariamente, podemos decir que fueron acertadas. Hoy vemos que las consecuencias económicas, son aterradoras.
Siete de cada diez familias, deben el pago de servicios; cinco de cada diez, deben impuestos. La producción industrial cayó el 18% en abril, 21 actividades empresarias no están funcionando. La Cámara Argentina de Comercio y Servicios, estima que 100 mil comercios van a cerrar definitivamente. La Cámara hotelera, habla del 70% de los establecimientos cerca de la quiebra, entre otras cifras que se conocieron en los últimos días.
Pero detrás debajo de la alfombra de los datos, muchas cosas pasaron en este tiempo “encuarentenados”. ¿Recordamos los aplausos para los médicos y el personal sanitario a las 21? ¿Las discusiones por los presos que recuperaron la libertad? ¿Sabemos cuántos contagiados hay en las cárceles? De nada de eso se habla y poco se sabe.
Los discursos políticos ya no incluyen la palabra solidaridad. por responsabilidad. Sin embargo, todos los días alguien golpea las manos frente a nuestras casas, para pedirnos algo de comida o ropa, porque llegó el frío y 900 mil personas perdieron sus empleos, muchas más perdieron gran parte de sus ingresos.
En nuestra historia, no hay que ir muy lejos para recordar algo similar. En 2001 vivimos algo propio, no global. Otro tiempo, donde los funcionarios y legisladores, al menos en la provincia de Buenos Aires, renunciaron a sus aguinaldos de diciembre para reasignar esos fondos a la ayuda social. Y no había aislamiento, se trabajaba entre el caos, las protestas y la incertidumbre.
Hoy, en una crisis mucho más profunda, vemos que un ex vicepresidente de la Nación, Amado Boudou, que no tiene edad jubilatoria, es beneficiado con una pensión de 400 mil pesos mensuales y reclama 17 millones más. La velocidad con que se resolvió esa pensión, no guarda mínima relación con los 8 o más años que miles de jubilados esperan, tras sucesivas apelaciones de Anses, para cobrar los reajustes por la “errónea” liquidación de sus haberes.
La dinámica de los tiempos digitales genera mucha información, aún, cuando gobierna la pandemia. Nuestros vecinos Uruguay y Paraguay, tuvieron cuarentenas más relajadas y controlaron mejor los contagios. Un estudio de la organización Sociedad de las Américas/ Consejo de las Américas, afirmó que ese resultado es consecuencia de dos factores: por un lado, responsabilidad individual, el civismo de la población que acató y cumplió con las medidas sin necesidad de hacerlas obligatorias. Por el otro, la confianza pública y la credibilidad en las autoridades.
Sería bueno que, en lugar de enojarnos y repartir culpas, todos reflexionemos sobre esto.
Hace más de 100 días que los 15 millones de argentinos que vivimos en el Área Metropolitana, estamos aislados en nuestras viviendas. La región cubre el 15% del territorio, produce más del 50% del PBI y concentra los mayores núcleos de pobreza, que crecen al ritmo de la crisis. Los rostros denotan tristeza, los ánimos se tensan, aunque nadie puede decir que falte paciencia.
Porque hace décadas que todos los argentinos estamos esperando. La etapa democrática va a cumplir 38 años en diciembre y ya es momento de madurar. Si algo queda muy claro, es que no podemos depositar nuestras expectativas en una persona o un grupo de dirigentes.
Debemos repetirlo hasta convencernos: somos los dueños exclusivos de nuestro destino, de nuestras ilusiones, que son los auténticos motores de la vida. Seamos protagonistas, no sigamos esperando en vano.
*Por Darío Ríos, director de serindustria.com.ar