El desplome de los precios del petróleo han abierto una nueva fase de la crisis económica mundial en la que Rusia aparece como el primer país en sufrir sus consecuencias de una manera muy marcada, tanto en el plano social como en lo que hace al sector energético.
El gigante euroasiático, que ha apoyado su estrategia de desarrollo y ansias de expansión regional en su potencial productor de materias primas, con el gas y el petróleo a la cabeza, experimenta ahora el flanco débil de esa elección.
Así, los decaídos precios del crudo que hunden al rublo y el comercio exterior, de un lado, y las sanciones de Europa y Estados Unidos, del otro, están cuestionando el ambicioso plan de Moscú de constuir el gasoducto South Stream para abastecer al sur del Viejo Continente.
En la semana que acaba de concluir, el presidente de la estatal compañía gasífera Gazprom, Alexei Miller, dio la mala nueva al país y a los mercados, así como a sus socios más estrechos, Serbia en primer plano y, en principio, parece haber enterrado un sueño largamente acariciado por el gobierno ruso.
“El proyecto está cerrado”, dijo Miller, al tiempo que destacó que en este fracaso jugó un papel destacado la “posición de bloqueo en la Unión Europea (UE)”, en una clara acusación a Bruselas por las sanciones contra Rusia y por su oposición de vieja data a este proyecto de Moscú.
El South Stream, que preveía llevar el gas ruso al sur del continente, incluida Turquía, a través del Mar Negro y sin pasar por Ucrania, contaba con una asociación estratégica con la empresa estatal de petróleo de Serbia NIS y, en un principio, con la aquiescencia de Bulgaria.
Este ambicioso proyecto petrolero ruso comenzó a debilitarse con el viraje político de Bulgaria, otrora el principal aliado de la ex Unión Soviética en el este europeo, la confrontación de Moscú con Kiev, la de Rusia con Europa y, finalmente, con la caída de los precios del petróleo.
Bajo el anterior gobierno del partido Socialista (ex comunistas), Bulgaria fue uno de los más entusiastas socios del South Stream hasta que bajo presión de Bruselas, suspendió su participación en el gran proyecto de Moscú hasta que Rusia adecuara el mismo a las “normas europeas”.
Actualmente, el gobierno del conservador primer ministro búlgaro Boyko Borisov se orienta hacia un acuerdo con Chevron para explotar el gas búlgaro y romper la completa dependencia que tiene el país de las importaciones de Gazprom, que le suministra el 90% Sin embargo, el jueves pasado, dos días después de la medida oficial de Rusia, el presidente de la Comisión Europea (CE), Jean-Claude Juncker, advirtió hoy que la institución no tolerará “chantajes en cuestiones energéticas”.
Juncker se reunió ese día en Bruselas con Borisov y aseguró que la adecuación del gasoducto a las normativas europeas no son “insalvables” e insistió en que “South Stream puede construirse”. “La pelota está en el tejado de Rusia. Estamos a favor de South Stream. Queremos que se construya de acuerdo con las normas europeas”, apuntó por su parte Borisov.
Los ministros de Energía de ocho países a los que afecta South Stream se reunirán en Bruselas el próximo martes para discutir como proceder ahora.
Sin embargo, la combinación de los diversos factores de crisis que tienen al petróleo como trasfondo hacen dudar de que Rusia revise su decisión, mientras que el país comienza a enfrentarse con las consecuencias económicas y sociales de la caída del crudo, además del efecto de las sanciones occidentales.
Putin ha comenzado enfrentar fuertes protestas sindicales y sociales que, por primera vez en casi una década, surgen en diversos sectores opuestos a los ajustes presupuestarios.
Los médicos de Moscú, donde se planea cesantear a 10.000 profesionales e investigadores con el pretexto de una reforma modernizadora del sistema de salud, paran y se movilizan, en medio de una caída general del consumo y la actividad económica.
En octubre, la economía rusa se estancó y el ministerio de Economía ya prevé una contracción para el año próximo, excepto en el caso de que los precios del crudo logren repuntar significativamente, pero los mercados predicen volatilidad.
En este contexto, los bancos rusos deberán cumplir con el pago de deudas por 90.000 millones de dólares en 2015, una exigencia que con un rublo en franco declive (30% de devaluación desde agosto) plantea el fantasma de otra crisis como la de 1998.